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Fuente: Los tiempos
Las prisiones en América Latina, verdaderas “bombas de tiempo”
En los sistemas penitenciarios de América Latina las personas presas conviven con la inseguridad, el hacinamiento extremo e incluso la muerte, lo que contradice en los hechos un gran logro de la región: la abolición de la pena de muerte en prácticamente todos sus países.
Uno de cada tres delincuentes de América Latina reincide, la mayoría, por crímenes más graves que los que los llegaron a la cárcel por primera vez. Muchas de las prisiones más emblemáticas se han vuelto verdaderas “escuelas del crimen” en las que anida una sociedad paralela, fuera del control del Estado.
Estos son algunos factores que contribuyen a la crisis de seguridad pública que se vive actualmente en varios rincones de América Latina.
En Brasil, por ejemplo, grupos del crimen organizado como el Primer Comando de la Capital (PCC) y el Comando Vermelho nacieron en las cárceles y desde allí coordinaron y expandieron sus operaciones, llegando a montar una industria transfronteriza que se extiende a Bolivia y a Paraguay. Sus líderes, Marcola y Fernandinho Beira-Mar, respectivamente, no han visto en las rejas un impedimento para llevar a cabo sus planes ilícitos. Y cuando sus fuerzas y las de sus antagonistas se enfrentan, el saldo negativo es monumental y obliga al gobierno federal a intervenir con tropas.
Digno ejemplo
¿Se imaginan si cerraran algunas de las cárceles de América Latina por falta de presos?
Esto es lo que viene ocurriendo en Suecia en los últimos años y ha causado que tanto los países desarrollados como en desarrollo miren al modelo penitenciario sueco con admiración y recelo.
Suecia tiene 9,7 millones de habitantes en un territorio con la mitad del tamaño de Argentina. El país nórdico figura continuamente en los primeros puestos de desarrollo humano. Sus tasas de homicidio también están entre las más bajas del mundo, con 0,7 homicidios por cada 100.000 habitantes, en comparación al promedio latinoamericano de 25.
Parece que la explicación más simple es que las cárceles suecas no son instituciones de castigo, sino de rehabilitación. El director del sistema penitenciario sueco, Nils Öberg, comentó en una nota realizada por el diario The Guardian: “Nuestro rol no es castigar. El castigo es la sentencia de prisión. Los convictos han sido privados de su libertad. El castigo es que ellos estén con nosotros.”
Otra explicación se encuentra en cambios en el sistema de justicia criminal sueco que introdujeron penas de corta duración para delitos relacionados con drogas. Para algunos, estas medidas no son políticamente concebibles.
Las cárceles suecas son lugares con un marcado contraste respecto a las de EEUU y América Latina. No existe sobrepoblación o hacinamiento, los reclusos cumplen sentencias que raramente exceden los 10 años y la tasa de reincidencia está entre las más bajas del mundo: se estima que un 25-40 por ciento de los presos vuelve a prisión entre el primer y tercer año de haber cumplido su condena.
En EEUU, un estudio encontró que más del 60 por ciento de los reclusos reincidieron en los tres primeros años de haber terminado su condena. Suecia fue el primer país en Europa en introducir el brazalete electrónico para aquellos sentenciados a seis meses de prisión o menos.
Por sobre todas las cosas, el sistema penitenciario sueco está pensado para evitar la encarcelación cada vez que sea posible. En su lugar, se intenta implementar medidas alternativas como la libertad condicional, el monitoreo electrónico, las sentencias condicionadas con servicios comunitarios, y libertad condicional con servicio comunitario, entre otras medidas.
Programas alternativos
América Latina y el Caribe tienen la oportunidad de cambiar su actual situación penitenciaria y aliviar sus sistemas judiciales.
Trabajar en programas de rehabilitación: en especial programas de tratamiento para adictos a las drogas y al alcohol, y programas de estudio y trabajo durante la sentencia.
Implementación de alternativas al encarcelamiento: el uso del brazalete electrónico ha sido probado no sólo en Suecia sino en muchos otros países, con resultados mixtos.
Las mayores matanzas
En 2005, una pelea entre reclusos de la prisión dominicana de Higüey, a 150 kilómetros de Santo Domingo, terminó con un gigantesco incendio provocado por el fuego en los colchones. Murieron 135 personas. En 1994, las peleas y un incendio dejaron 121 muertos en la prisión de Sabaneta, en Maracaibo, en el noroeste de Venezuela. En 1992, más de 300 policías armados intervinieron en los enfrentamientos entre detenidos en la prisión de Carandiru, en Bras con un saldo de 111 prisioneros muertos.
Reprimir a los reos no da resultados favorables
La inseguridad es uno de los principales temas de preocupación ciudadana, como surge de la encuesta Latinobarómetro de MBC MORI.
América Latina vive una alarmante crisis de seguridad. Es la región más violenta del planeta, exceptuando las zonas de guerra. Según estimaciones del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), tiene el 9 por ciento de la población mundial, pero registra un tercio de las víctimas de homicidios a nivel global y seis de cada 10 robos son cometidos con violencia. La justicia no ha logrado atacar el problema: el 90 por ciento de los asesinatos no son resueltos y las cárceles, que debieran ofrecer tratamientos para que los reclusos abandonen el crimen, han fallado.
Los gobiernos latinoamericanos instrumentaron políticas de “mano dura” para capturar y enjuiciar a delincuentes. Según una comparación de estadísticas realizada por el Grupo de Diarios América (GDA), las causas principales por las que se encarcela en la mayoría de los 11 países evaluados son el robo o el intento de robo e infracciones a las leyes de drogas. Otras son la extorsión (en El Salvador), el homicidio (en la Argentina, Colombia, Costa Rica, El Salvador y Venezuela) y el abuso sexual (en Perú).
Las prisiones acogen acada vez más presos
Según Marcelo Bergman, director del Centro de Estudios Latinoamericanos sobre Inseguridad y Violencia (Celiv), con sede en la Argentina, el problema de esas políticas de “mano dura” es que se detiene a delincuentes que rápidamente son reemplazados por otros.
“Se llenan las cárceles sin resolver el problema del delito”, opinó Bergman al diario argentino La Nación .
En Buenos Aires -que tiene más de la mitad de los presos de toda la Argentina- se suman cada año 2.200 nuevos reclusos (ver aparte).
El doble esfuerzo de capturar y enjuiciar como medio para combatir el crimen y la inseguridad no va de la mano con una mejora de las condiciones en las cárceles, afirman los expertos.
Excepto en Puerto Rico, la mayoría de los países de la región tienen una tasa de hacinamiento en penales cercana al 100 por ciento.
En Venezuela hay cuatro veces más presos que plazas en el sistema carcelario.
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