Querida Laurence,
Recibí tu carta con un inmenso placer y espero que no me odies por este enorme retraso en responderte. Me permito utilizar el “Tú”, no por falta de respeto o interés en entrar en una relación confidencial contigo, sino porque se trata de una forma más cómoda, más directa. Pero volveré al “Usted”, si lo deseas.
Tomo nota de tu formación periodística y estoy feliz de iniciar esta correspondencia y emprender este proyecto para, yo diría dar la palabra a los que, en esta clase de lugar, no la tienen. Y sobre todo para dar a conocer una condena que está en vigor en Italia y que tiene algo de absurdo, el ergastolo ostativo. El Papa Francisco la llama “pena de muerte disfrazada”.
Antes de continuar, deja que me presente. Nací en Nardo, una ciudad en la provincia de Lecce, situada en la región de Salento, al sur de Apulia.
Mi domicilio hasta ahora se llama “prisión”. Aquí he pasado 28 de mis 49 años de vida. Estoy detenido de forma ininterrumpida desde hace 24 años. Purgo una condena a perpetuidad; no una perpetuidad en el sentido común del término sino su variante ostativa.
Estoy casado y tengo un hijo de 28 años. Soy un recluso que tiene un verdadero interés en los estudios y un gusto por la escritura. Durante estos años de reclusión, recibí varias recompensas y premios, atestaciones de mérito y de cualificación profesional, diplomas de escuela superior y un diploma universitario en Derecho, obtenido en 2012 con nota máxima, título por el cual recibí de igual manera una distinción por parte de la Dirección de la penitenciaria de Spoleto. He escrito algunos libros y diversos documentos jurídicos.
A menudo me viene a la mente que, en el fondo, cuando formas parte de los condenados a perpetuidad, el hecho de convertirte en una persona diferente, mejor, solo tiene una importancia secundaria, porque igual sigues siendo un condenado para siempre.
Hoy, hay que decirlo, para nosotros, reclusos a perpetuidad ostativa, la cárcel es una tumba para enterrados vivos. Tienes el sentimiento de ser un desecho de la humanidad, que vive fuera del ciclo natural. El ergastolo ostativo nos condiciona, nos deshumaniza, nos cambia, nos desintegra física y psicológicamente.
En efecto, ya no llevamos el uniforme a rayas, o la camisola blanca, sino solo un número de identificación en la boina, pero, desgraciadamente, la realidad sigue siendo la misma. Cada uno de nosotros es un número, a veces, solo un expediente. Si entraras en el antro de esta condena infernal, lograrías captar una atmósfera triste, irreal, en la que nosotros, los reclusos ostativi, nos movemos como robots. Los ritmos, las costumbres, las fronteras existenciales son alterados. Todo es modificado por esta realidad que está a años luz del proceso cotidiano normal.
La prisión a perpetuidad ostativa modifica todo. Tu ser, tu sonrisa, tus pensamientos, tu manera de caminar, amar, creer, esperar o soñar…
El ergastolo ostativo es responsable de la usurpación humana y social del hombre. Esta condena representa un tipo de experimentación de la regresión. La realidad cotidiana está llena de desolación. Es un simulacro de vida, que provoca profundas laceraciones psicológicas. A menudo se convierte en criminógena. Embrutece, casi siempre.
“La falta de esperanza” y la “consciencia de morir en prisión” se convierten en las dolorosas raíces del deterioro del hombre, del envejecimiento de las emociones. Por consiguiente, es fácil imaginar el estado mental de la gente, que está consciente que un día atravesará, en efecto, el portal de la prisión, pero con los pies por delante. Vemos que todo se desploma a nuestro alrededor. Percibimos, con fuerza, este hundimiento, esta angustia, un vacío existencial. Y por si fuera poco, el remordimiento. Y el remordimiento domina.
Más allá de los barrotes y del hormigón, nosotros ergastolani ostativi, ya no nos sentimos humanos. La prisión se perfila como el lugar de nuestra devastación total. Las cosas que nos suceden, los sentimientos, las emociones, los temores y la esperanza, el odio y el amor, proponen extraños contornos de irrealidad, que se convierten en señales de alarma. Cada uno de nosotros vive como un hombre acorralado. Personalmente, yo me siento sobre todo rechazado, vomitado por la sociedad.
A partir de ahora soy otro. Alterado, deformado, violentado en mis bases esenciales, a partir de ahora soy un cuerpo que envejeció de forma acelerada, un rostro anónimo, una mirada apagada, que se extiende hacia el vacío.
Y somos pocos los que reaccionamos, los que podemos resistir y vencer este monstruo. Muchos sufren. Hay que decir que en cada sistema penitenciario existe una contradicción de fondo, por una parte, está la pretensión de enseñar al recluso un modo de vida que le permitirá comportarse de manera adecuada en el mundo libre. Y por otra, este mismo recluso está obligado a vivir “durante toda su vida” en una prisión que es la antítesis de este mundo libre. El hecho de vivir esta condena crea una particular percepción de sí mismo, la de “una persona privada de todo derecho”. Nos encontramos en una situación de falta de autodeterminación.
Y sin embargo, algunos de nosotros, luego de decenios de encarcelamiento, luego de haber muerto en sus faltas, luego de haber compensado en cierto modo a la sociedad a través de la dureza de su condena, están conscientes de ser seres nuevos, “nacidos” de sus propias cenizas, que descubren una confianza en su propio valor de ser humano. La Constitución da la impresión de creer en este renacimiento, pero de hecho, no lo hace en nada. Para nuestras instituciones, parece que debíamos seguir siendo los mismos para siempre, morir culpables de un error ya pagado por la pérdida de nuestra juventud, de nuestra edad madura…pagado con nuestras vidas y la de nuestros allegados.
El cambio es accesible a todos y un estado democrático debería dar siempre una segunda oportunidad, sobre la base de hechos objetivos, relativos a un proceso reeducativo concreto. Este cambio, varios de nosotros lo hemos experimentado porque hemos tenido el valor de cuestionarnos, tomando distancia, decididamente, con el mundo del crimen, porque hemos alcanzado un nivel de madurez que no nos permite olvidar un sólo instante el dolor que hemos infligido a las víctimas de nuestros actos.
Para concluir, me gustaría decir que no se puede negar la libertad a un hombre, basándose únicamente en un acto que se remonta, generalmente, a decenios. Para mí, es injusto que un recluso, para pagar su deuda con la sociedad y obtener la adaptación de su pena, tenga que denunciar a personas que podrían vengarse haciendo daño a sus seres queridos. No creo que esta sea la manera apropiada de enmendar el dolor que hemos infligido.
La sociedad tiene derecho a esperar el regreso de personas que cambiaron, de individuos mejores, reintegrables y respetuosos de las leyes y de las reglas sociales, y no de arrepentidos que habrían intercambiado su libertad por confesiones, a veces dudosas, pero hábilmente preparadas, y que, en el fondo, seguirían siendo criminales, peligrosos asesinos con todo lo que eso implica de perjudicial para la sociedad. Apoyo este argumento basado en mi propia experiencia, en la evolución y la metamorfosis de una “persona nueva” que ya no piensa como un recluso ostativo. Y le devuelvo una pregunta hecha por un célebre abogado, a ustedes ciudadanos suizos, franceses, europeos, a ustedes, Señores, los abogados e institucionales:
“¿Cómo es posible tolerar un sistema en el que se niegan los derechos humanos a los condenados? ¿Qué acepción de la humanidad les dejarán a sus hijos si tienen que explicarles que en Italia hay un monstruo llamado ergastolo ostativo que absorbe a quienes han fallado y que hace purgar una condena multiplicada a las personas privadas de su libertad? ¿Con qué corazón les dirán que en este país, “cuna de la civilización y de los derechos”, existe un sistema que encierra vivos a los seres humanos y que les quita hasta su dignidad?
Querida Laurence, espero haber respondido a tus preguntas de manera exhaustiva y comprensible. Te escribí lo que siento en mi corazón porque se trata de observaciones auténticas, de las que padezco cada día en carne propia. Estaré feliz de saber tu opinión y en la espera de recibir noticias tuyas, te saludo cordialmente.
Marcello
— Publicado 20 setiembre 2016¶