Espacios sobrepoblados de la época de la colonización, olores de orina que llegan hasta la garganta y que te impregnan tan pronto como cruzas la puerta de los “dormitorios”, la recurrente amenaza de la peste por la presencia de ratas y pulgas, un elevado número de muertes por falta de alimentación suficiente y atención médica adecuada, la violación de los derechos humanos… Esta es la situación de las prisiones en Madagascar, así como en muchos otros países del mundo. Si bien numerosas ONG y asociaciones como “Médicos del Mundo” se esfuerzan por mejorar las condiciones sanitarias, jurídicas y humanas, la tarea sigue siendo colosal.
Más de 20 000 personas se encuentran pagando una pena de prisión en la isla. Este número ha aumentado de manera crítica desde la caída de Ravalomanana en el 2009 y la sobrepoblación excede en un 50% la “capacidad” de las cárceles. Cabe mencionar que la ayuda internacional se ha casi interrumpido desde este periodo. El país atraviesa una ingente y crónica crisis, y la manera de afrontarla es bloqueando aún más, la situación de una población inmersa en una gran pobreza. Como resultado, los ya sacrificados presupuestos para la alimentación, la salud, la justicia, la educación, el mantenimiento, la renovación de los edificios, lo son aún más para las prisiones.
De 2005 a 2012, la asociación “Médicos del Mundo” brindó su apoyo a Madagascar en lo relativo al respeto de los derechos fundamentales de los reclusos. El hacinamiento, la saturación de los tribunales, los decesos por malnutrición, malos tratos, enfermedades ligadas al contexto nacional y a unas condiciones de higiene inimaginables son situaciones de urgencia que requieren un trabajo de campo con los participantes de la vida civil y política. Es indispensable mejorar el acceso a los derechos jurídicos y humanos como la salud, la alimentación y la higiene, y realizar un control permanente para que el respeto de estos derechos se mantenga.
En agosto del 2012, algunos meses antes del traslado de la misión de “Médicos del Mundo” hacia otras entidades locales, los acompañé a hacer varios reportajes, sobre todo en dos prisiones ubicadas al sur de Antananarivo. Pude pasar unas cuantas horas en cada una de ellas y pude fotografiar “todo” excepto los rostros… el inicio de la desposesión y la desaparición de sí mismo; pude captar “todo”, dentro del límite de tiempo impartido, incluso lo que sucede y lo que no sucede cuando se espera una visita.
Para muchas personas, las condiciones de estas dos prisiones son “correctas”, debido a las acciones que allí se realizan. No me atrevo ni a imaginar lo que representa “lo peor”. Estas imágenes revelan un extracto de lo que percibí, demasiado rápido, sin distancia ni perspectiva; una simple evocación (porque no puede ser de otra manera) que hace visible una parte invisible, inconcebible e inhumana, y que deja entrever unos fragmentos de lo que se ha (sobre)vivido a diario.
Virginie de Galzain