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Argentina: #NiUnaMenos, desde las cárceles también

Las palabras de las mujeres privadas de la libertad en alojan un grito de rebeldía feminista, que se une a la ola que hizo del 3 de junio un día histórico para el movimiento feminista: ni una menos, desde las cárceles también.

“Somos feministas porque no nos callamos por ser mujeres. A veces por tus hijos y por miedo al machismo te callás y tragás todo, pero nosotras ya no. Siempre decimos lo que pensamos, aunque moleste. Y tratamos de ayudar a las demás y contar lo que nos pasó para que no les pase a ellas. Hay que escuchar y ayudar a otras mujeres a tiempo, para que no se llegue al punto máximo de que las maten”.

Estas son las palabras de las mujeres privadas de la libertad en Los Hornos. Ese espíritu de rebeldía feminista también se lee en los dichos de las condenadas y procesadas en Magdalena, Varela y Azul.

“Somos feministas porque somos independientes y no necesitamos de ningún hombre. De hecho, siempre fuimos solas y así criamos a nuestros hijos, sin depender de nadie. Nos rebelamos contra el machismo del hombre que dice que la mujer no tiene derecho a nada: ‘yo trabajo y vos me atendés’”.

Desde el año 2002 se observa, en la provincia de Buenos Aires, un aumento sostenido y exponencial de las mujeres detenidas, de más del 190%. Esto no habla de un aumento en los delitos cometidos por mujeres, sino de decisiones políticas del Estado que conducen a su prisionización, la mayoría de las veces procesadas o condenadas por delitos no violentos y de baja trascendencia jurídica.

Dado que la selectividad penal opera en función de coordenadas de clase, de género y de etnia/raza, en las cárceles nos encontramos a las pibas y las doñas de los barrios populares, a las migrantes, a las jefas de hogar. A las que paran la olla, a las que, como dicen las compañeras, se constituyeron como feministas en la práctica cotidiana, en las batallas del día a día, en las crianzas de sus hijes.

En general, no tienen contacto previo con el sistema penal y en el 60% de los casos cumplen una prisión preventiva, es decir, no tienen condena firme. Como ellas mismas señalan, son las que se rebelaron, las que salieron a disputar el espacio público, las que desoyeron mandatos patriarcales: “La sociedad y la justicia ven ‘la mujer = la casa’. Entonces nosotras, además de la condena penal, tenemos una condena moral”.

“El mundo entero debe oír: ¡por defenderme estoy acá!”. La voz de Yamila es la de todas aquellas que se encuentran detenidas por haberse defendido, en situaciones extremas, de violencias ejercidas sobre ellas durante largos períodos de tiempo en los que la justicia desoyó sus denuncias y reclamos. El Estado, en su dimensión punitiva, aparece para castigarlas. Y la justicia patriarcal las condena, luego de procesos que, con una ausencia absoluta de perspectiva de género, suelen involucrar la falta de escucha frente a los testimonios de las mujeres, la pérdida, en el camino entre la policía y la justicia, de las denuncias de violencia realizadas previamente, la dificultad, por parte de las mujeres, en el acceso a una defensa, e incluso el arribo a juicios abreviados, de carácter extorsivo.

“Cuando caí detenida, yo me sentía mal y me sentía bien a la vez. Bien porque se me terminó la pesadilla de ser una mujer maltratada y verdugueada, pero empezó algo nuevo, ¿entendés?, saber sobrevivir”.

En la cárcel, los cuerpos de las mujeres están expuestos a requisas personales y colectivas, de carácter vejatorio. También a la violencia física y sexual, que se ejerce aún más sobre las jóvenes y las migrantes. Además, hay una violencia institucional en la invisibilidad de las problemáticas de las mujeres en las normativas vigentes, como así también en los mecanismos que refuerzan roles asociados social e históricamente a lo femenino.

Las ofertas educativas y laborales no sólo son significativamente menores que en las cárceles de varones, sino que además refuerzan estereotipos de género: para ellos la herrería y la carpintería, y para ellas, la peluquería y la pastelería. Las mujeres, a su vez, son trasladadas de manera recurrente y arbitraria de una unidad penitenciaria a otra, en móviles no acondicionados y en muchos casos bajo custodia de penitenciarios varones. Los traslados, cabe señalar, quiebran redes de solidaridad internas, interrumpen tratamientos de salud o procesos educativos y les alejan de sus redes comunitarias y familiares.

“Vinimos a pagar una condena, no a morir en una cárcel”.Este nuevo 3 de junio, que tiene lugar en plena emergencia sanitaria, encuentra a las cárceles de la provincia hacinadas y con sistemas de salud precarios: en el año 2018 se duplicó la sobrepoblación en las cárceles de mujeres. Por eso, es urgente la toma de medidas que salvaguarden la salud y la vida de las personas detenidas.

En plena pandemia mundial, en las cárceles de nuestro país sigue habiendo mujeres embarazadas y con sus hijes menores de 4 años. Es necesario que se les otorgue la prisión domiciliaria, como así también a quienes constituyen población de riesgo frente al Covid-19, siendo particularmente urgente la situación de las personas trans y travestis encarceladas, cuya salud está en riesgo.

Ni muertas, ni presas. Nos queremos vivas, libres y hermanadas, juntas y organizadas. En palabras de las compañeras detenidas en Los Hornos: “Queremos que se termine la discriminación machista en lo laboral y que podamos tener más oportunidades de estudio y de trabajo. Queremos estar con nuestros hijos/as, estables económicamente y en paz. Que no haya más violencia de género, y que se termine el maltrato psicológico y físico. Necesitamos un mundo más humano, donde se cumplan los derechos como debe ser y las mujeres seamos escuchadas. Queremos un mundo donde nos ayudemos entre todas y podamos lograr todos nuestros sueños y proyectos”.