En Brasil, lejos pero muy cerca

Natalia Martino. Nuestro estudio lo hemos llevado a cabo dentro del centro penitenciario para mujeres más grande del estado de Gerais. Para comenzar, mencionemos algunas cifras: el número de mujeres encarceladas aumenta mucho más rápido que el de los hombres. En Brasil, el 60% de las mujeres en prisión han sido arrestadas por delitos relacionados con las drogas, contra menos del 30% de los hombres. A esto hay que añadir el problema de los embarazos precoces; en muchos casos, estas mujeres han tenido un premier embarazo a los 12 o 13 años, muchas tienen varios hijos y con cada uno, la situación es aún más delicada. Nosotras hemos intentado comprender la influencia de los vínculos que tenían en el exterior sobre los que tienen en prisión y hemos identificado tres grandes categorías:

• #1: Una red basada en los acuerdos en el exterior para las mujeres que no eran responsables de su hogar antes de su encarcelación. En la mayoría de los casos, estas mujeres dejan algo de dinero ahorrado. El peso de la encarcelación se aligera un poco gracias al considerable apoyo de su red familiar en el exterior; los miembros de la familia y los amigos utilizan lo ahorrado para ayudarles durante la reclusión. Esta red de apoyo exterior les suministra los artículos que el Estado no es capaz de proporcionarles, así como otros bienes, que suelen utilizar en el mercado paralelo que se desarrolla en prisión. Así pueden intercambiar bienes y servicios con otras reclusas. Este tipo de mercado, ilegal, es bastante habitual.

• #2: Una red basada en los acuerdos en el interior para las mujeres cuyos vínculos sociales eran ya muy frágiles en el exterior. Una vez encarceladas, no tienen otra opción que confiar en los tratos realizados en prisión para poder sobrevivir. La toxicomanía y el bajo nivel educativo las hace además muy vulnerables y, para obtener asistencia jurídica o atención médica, solo pueden contar con la ayuda de la administración y de otras estructuras existentes. Estas mujeres pueden acceder a los artículos de primera necesidad únicamente en el mercado paralelo, pero como no tienen nada que dar a cambio, suelen proponer, por ejemplo, servicios de limpieza.

• #3: Una red basada en los vínculos en el exterior y en el interior, o sea, el perfil más frecuente. Se trata muy a menudo de mujeres solteras con varios hijos, muy jóvenes, lo que, sin duda, agrava su vulnerabilidad socioeconómica. Antes de su encarcelación, y en muchos casos, eran las responsables ─ en términos materiales y emocionales─ de sus hijos y otros miembros de la familia. Ya en prisión, sus familias deben adaptarse. Por ejemplo, los hijos pueden ser separados y encomendados a diferentes miembros de la familia, a amigos o a vecinos. A veces, los padres se ven obligados a mudarse y los hermanos y hermanas adolescentes, a dejar el colegio para buscar una actividad remuneradora para ellos y su familia. Estamos hablando de cambios considerables. La mujer encarcelada debe hacer grandes esfuerzos para establecer una red en prisión que podrá ayudarla a ella y a su familia en el exterior. El dinero, los vínculos afectivos, la información, y otras tantas cosas se intercambian entre la prisión y el exterior. En resumen, podemos decir que la estructura de esas interacciones depende del entorno social de las reclusas. Con el paso del tiempo, las relaciones tejidas dentro del universo carcelario se integran de igual manera en la vida social exterior. El papel social de las mujeres repercute en la manera en la que se mezclan las redes de apoyo exterior e interior. A menudo, las mujeres se convierten en responsables de la familia a una edad muy precoz y esto las hace cargar con los roles tradicionales de género que definen la sociedad.

Ludmila Ribeiro. Hace 20 años, cuando presenté mi tesis, las reclusas eran percibidas como mujeres que habían quebrantado el rol social que les correspondía. Por ejemplo, asumían papeles secundarios en actividades delictivas, con frecuencia, empujadas por los hombres. Una vez condenadas, esos mismos hombres las abandonaban, ya que la mayoría de ellos también estaban encarcelados. Sus familias también las abandonaban, pues las veían como aquellas que habían rechazado seguir las normas, como aquellas que no siguieron el comportamiento esperado de una verdadera mujer. Con Natalia Martino, estudiamos la manera en la que las mujeres sobreviven dentro del sistema penitenciario.

LR. La mayoría de los centros penitenciarios no tienen la capacidad de suministrar artículos de primera necesidad tan básicos como el papel higiénico, champú, jabón, agua potable, etc. Las familias juegan un rol imprescindible, pues semanalmente proporcionan a las reclusas estos productos necesarios para su subsistencia. Sin esas visitas, este no sería el caso. Cada semana, una multitud de mujeres visitan a los hombres privados de libertad: madres, esposas, hijas y sobrinas aportan todo aquello que necesitan (comida, objetos, etc.). La comida es un elemento muy personal, pues, como muestra de afecto, las esposas y las madres preparan platos especiales para los reclusos. Dentro de las prisiones femeninas, la situación no es la misma. Cuando son las mujeres las que están privadas de libertad, toda la familia debe adaptarse y es más difícil conseguir los artículos. Pero no por ello se sienten menos amadas: en vez de visitas semanales, observamos que los allegados tienden más bien a enviar paquetes, cartas y a asumir el coste de las llamadas telefónicas hechas desde la prisión.

Durante las entrevistas, las reclusas expresaron que la única manera de sobrevivir en prisión es pensar en sus seres queridos. Ese vínculo, ese amor, son esenciales y no se manifiestan solamente a través del contacto físico, sino que se basan en otros intercambios como las conversaciones, las cartas, los dibujos y los objetos.

NM. Más allá del apoyo emocional y material, es conveniente subrayar el papel de los allegados en el acceso a la justicia. Una familia que paga un abogado o pide uno de oficio (Defensoria Pública, en portugués) para garantizar una mejor defensa puede hacer la diferencia entre pagar una pena de prisión de varias décadas y realizar trabajos en beneficio de la comunidad. El Estado y la administración penitenciaria también juegan su papel. La prisión sobre la que hemos trabajado no autorizaba los paquetes con alimentos u otros artículos los días de visita, lo que implicaba que las familias tenían que pagar dos veces el desplazamiento: un día para la visita, otro para llevar el paquete. Ahora bien, dependiendo de si la prisión se sitúa en la ciudad o está alejada de los grandes centros urbanos – donde viven la mayoría de las familias-, el gasto del desplazamiento no es el mismo. Las normas varían según el centro penitenciario, pero son extremadamente determinantes para la estructuración de los vínculos sociales.

LR. No estamos para nada de acuerdo. Estas mujeres no están abandonadas. En cada entrevista, nos hablaban de sus hijos, de sus hijas, de sus madres, etc. Esas personas no tenían en verdad los medios para visitarlas, por lo que concentraban sus esfuerzos en el abastecimiento de artículos de primera necesidad. Algunas de las reclusas explicaban que se sentían más cerca de su familia tras la encarcelación. Las mujeres privadas de libertad necesitan a su familia para cuidar sus hijos y para ayudarles a sobrevivir dentro del sistema penitenciario. A veces, cuentan con sus seres queridos para que les suministren materiales con los que puedan confeccionar objetos artesanales para venderlos a los guardias. Esta mínima fuente de ingresos les permite comprar artículos en el economato o ahorrar para utilizarlo después de su liberación.

Muchos estudios señalan que las reclusas no son capaces de crear vínculos de calidad con sus compañeras, y afirman que las relaciones son muy conflictivas porque las mujeres han aprendido a competir permanentemente entre ellas. Sin embargo, este no siempre es el caso, las mujeres privadas de libertad suelen apoyarse entre sí cuando alguna está enferma o no puede contar con su familia.

NM. Existe una cantidad de literatura científica sobre las prisiones brasileñas y, particularmente, sobre las prisiones de América latina. Estas obras afirman que es imposible sobrevivir en prisión sin un apoyo exterior y a la vez sostienen que las mujeres privadas de libertad están abandonadas y no reciben ningún tipo de apoyo. Si es así, ¿cómo pueden sobrevivir? La mayoría de estas obras hablan de la tristeza de los días de visita en los centros penitenciarios para mujeres, comparados con el alboroto en los centros para hombres. Pero no podemos basarnos en este único elemento para juzgar la situación: es demasiado simplicista. Muy a menudo, la red exterior de estas mujeres es muy poderosa. Sus miembros están muy implicados en aportar ayuda y apoyo en esa difícil situación que es la encarcelación. Se trata simplemente de otro tipo de ayuda, que no se manifiesta los días de visita.
Es importante precisar que no hemos insistido particularmente en la situación matrimonial o o los vínculos afectivos de estas mujeres. De hecho, cuando se les pregunta por sus apoyos, las reclusas no suelen mencionar al esposo o al novio. Si reducimos la idea de abandono a aquella del abandono del compañero sentimental, podemos considerar que, efectivamente, sí existe un abandono. Aun cuando se trata de una hipótesis que hay que considerar, hay que contemplar otras cosas antes de entender la situación: ¿Los maridos y novios también están encarcelados? ¿Estas mujeres están casadas o en pareja? Es imposible abordar bien este problema sin antes responder a otras preguntas.