Badinter, “una brújula en la niebla”

Me reuní con Robert Badinter en septiembre de 2009, justo después de asumir la dirección de ECPM. Fue mi primera reunión en calidad de director y, en ese entonces, no conocía el tema como lo conozco ahora. Nuestra organización comenzaba apenas y solo contaba con tres empleados, así que pensé que debía ir al encuentro de un mito… del mito.

Recuerdo que me recibió en su enorme despacho, cargado de historia, en el que más adelante pasaríamos tantas horas hablando. Tan pronto llegué, me hizo sentir cómodo, me preguntó por mí, por mi familia, por mi historia. Me mostró su increíble colección de manuscritos, en especial el de Víctor Hugo, su modelo a seguir. También tuve el honor de ver una de las tres versiones de la ley oficial de la abolición de la pena de muerte, firmada por su propia mano y la de François Mitterrand. Robert entabló una conversación fraternal. No sentí como si estuviéramos hablando de tú a tú, pero la confianza se instaló de inmediato.

Nos volvimos a ver muy pronto, durante un evento que tuvo lugar en la embajada suiza en París, en el marco de la preparación del Congreso Mundial contra la Pena de Muerte de 2010, que organizaba ECPM. En aquella ocasión, pronuncié mi primer discurso sobre la pena de muerte, justo después del de Badinter, quien además era un excelente orador. Ante este público de diplomáticos y grandes personalidades, expresé la presión y, a la vez, el honor que era para mí pasar después de él. Nunca olvidaré lo que me dijo, que fue como un espaldarazo: “Mi estimado Raphaël, lo has hecho muy bien”.

Creo que, a partir de ese momento, comenzamos a vernos unas siete u ocho veces al año, con una escrupulosa asiduidad. Siempre iba a verlo sin saber de qué hablaríamos o si la reunión duraría una hora o tres ─por lo general eran tres─. La pena de muerte era, por supuesto, uno de nuestros temas de conversación, pero siempre abordábamos primero temas de actualidad. Él me hacía muchas preguntas; tenía curiosidad por saber lo que yo pensaba del mundo actual. Quería mantenerse conectado a la realidad para comprender mejor el presente. Le interesaban los conflictos, desde luego. Durante los últimos meses, platicamos largo y tendido sobre la guerra en Ucrania y el 7 de octubre. También hablábamos sobre política francesa y europea, y sobre el creciente populismo. La fuerza de su discurso residía en que siempre asociaba los hechos presentes a la historia (sobre todo a la de la revolución francesa, que conocía a la perfección). Robert contaba anécdotas de la historia contemporánea, que me recordaban que él formaba parte de ella. Hablaba mucho de la época de Mitterrand, con gran objetividad, pero también con fidelidad. Eso era tal vez lo que más lo caracterizaba: su fidelidad y su rectitud.

Había una clara complicidad entre nosotros, ya que nos veíamos con frecuencia. La regularidad de nuestras reuniones tenía que ver con nuestra lucha común y con el hecho de que quería mantenerse al tanto de las noticias sobre la abolición. Y, por mi parte, yo contaba mucho con su opinión para poner en marcha nuevas ideas o iniciativas.

A pesar de que varias generaciones nos separaban, compartíamos valores, como el universalismo, la laicidad y la República.

Cada vez que lo visitaba, le llevaba una caja de chocolates o de macarons. Aunque lo negaba, le gustaba el dulce. Siempre me decía: “trato de cuidarme, no puedo comer mucho azúcar.” Pero cada vez se comía dos o tres. También eso compartíamos.

Badinter vivía en un magnífico apartamento parisino frente al jardín de Luxemburgo. En su edificio había una placa que decía “aquí vivió Léon Blum”. Estoy seguro de que muy pronto también aparecerá el nombre de Badinter. ¿Qué podría contarnos ese edificio si pudiera hablar? A veces me lo pregunto. Siempre fui consciente de haber tenido el privilegio de compartir momentos especiales con un personaje de la historia. La última vez que nos vimos fue el 22 de diciembre de 2023. Recuerdo que, al despedirme, le dije, “hasta el próximo año, Robert” y él me respondió con su sonrisa inexpresiva “o no”. Una vez más, tenía razón.

Badinter siempre estaba dispuesto a participar en nuestras conferencias en distintas partes del mundo. Iba con nosotros al Consejo de Europa, al Parlamento Europeo, y a los Congresos Mundiales contra la Pena de Muerte. En todos los eventos, lo consideraban un invitado VIP y para todos era obvio que él haría el discurso de apertura, aunque ya no era el ministro. Su presencia en las ceremonias desafiaba los protocolos.

Una vez, organizamos una enorme campaña para movilizar a los abogados y parlamentarios de Beirut. La presencia de Badinter hizo que tantas personas quisieran acudir al evento, que muchas no pudieron entrar al auditorio de la Universidad de St Joseph. En esta ocasión, asistieron varios partidos políticos. El presidente del grupo parlamentario Hezbolá se lanzó en un discurso negacionista de lo más espantoso, por lo que Badinter se levantó de inmediato y acabó con la farsa: “No vine para escuchar esto. Lo dejo con su odio” y se fue furioso, en medio del evento.

Badinter era un hombre que desafiaba los protocolos. Participaba de principio a fin en los congresos, llevaba en su mano su bolígrafo, sus audífonos y su programa. Después de abrir de manera magistral un congreso, se convertía en un activista como cualquier otro, sentado en la primera fila de los debates, recabando información, aprendiendo y profundizando sus conocimientos sobre la pena de muerte. Era impresionante.

Al mismo tiempo, disfrutaba de las sesiones de dedicatorias en las que se acercaba a los activistas que tanto apreciaba. A sus 95 años, era como una estrella de rock. Robert Badinter tuvo la suerte de mantenerse cuerdo hasta el último momento. Tal vez era porque su mente no paraba de trabajar.

Robert no tenía un smartphone ni usaba las redes sociales. Reflexionaba todo el tiempo sobre la actualidad, sin, por lo tanto, alinearse con sus códigos. Lejos de los preceptos de instantaneidad y de las tonterías que encontramos en las redes sociales. Analizaba con gran pertinencia nuestra época, a pesar de no conocer muy bien lo que era una red social. Robert Badinter era la prueba viviente de que se puede ver el mundo actual con inteligencia, sin saber usar Tweeter o dar likes.

Cuando le propuse ser el presidente honorario de ECPM, me respondió: “Desde luego que acepto, pero, a decir verdad, creo que ya lo soy”. En su cabeza, ya lo era. Robert Badinter siempre consideró que la lucha de ECPM era la continuación lógica de su trabajo. De principio a fin compartió con nosotros la ambición de la universalidad de los valores de la abolición. Hasta su muerte, hizo suya nuestra causa. ECPM fue la única asociación que tuvo el honor de participar en la ceremonia de homenaje.

La lucha de Robert Badinter no era solo la de abolir la pena de muerte, sino también la de humanizar las prisiones y la imagen de los reclusos. Él propuso los trabajos comunitarios, se ocupó de la reducción de penas y dio un lugar en los tribunales a las víctimas. Hizo un trabajo extraordinario en términos de derecho y de Estado de derecho. Desde luego, también fue quien despenalizó la homosexualidad. Por todo esto, Robert Badinter es una figura universal e intemporal. Su trabajo, su mensaje y su voz perdurarán por siempre. No por nada, los medios de comunicación lo entrevistaban cada vez que había una crisis en Francia. Este hombre era una brújula en la niebla; era incluso la brújula francesa en materia de humanismo, universalismo y justicia.