Camerún : "Algunos pierden la razón"

Llevo en prisión casi 15 años. En este establecimiento se separa a las personas condenadas a muerte de los demás reclusos; dormimos sobre una tabla; no hay duchas en las celdas, y durante la noche debemos hacer nuestras necesidades en un cubo, que uno de nosotros debe vaciar la mañana siguiente. Durante el día, podemos movernos libremente por la prisión, hacer deporte, leer, desplazarnos, pero en nuestra calidad de condenados a muerte, somos objeto de discriminación. Algunos incluso han sido víctima de malos tratos.

Nuestra sentencia a muerte nos convierte en hombres sin derechos. No tenemos derecho a vivir.

Nos suministran arroz, cacahuetes y alubias; cada quien debe arreglárselas para preparar su comida. Aquí no puedes enfermarte porque, si bien te llevan a la enfermería de la prisión, tú tienes que pagar por las medicinas que te ordena el doctor. En la farmacia hay escasez de medicamentos, y es muy difícil que te transfieran a un centro hospitalario. Algunas personas condenadas a muerte han perdido la razón y, otros, que son inocentes, han terminado por creerse culpables.

Estoy en prisión desde hace unos diez años. Yo elegí no ser internado en el módulo de las personas condenadas a muerte, pero aquí nos dan la posibilidad de estar separados de los demás reclusos. Mi celda de 2 m x 3 m la comparto con otros dos hombres. Los que no podemos traer nuestro propio colchón, dormimos en tablas de madera. Cuando llueve, la prisión se inunda, y, en temporada seca, hace demasiado calor. No hay letrinas en las celdas, los reclusos debemos comprar nuestros cepillos de dientes y nuestro dentífrico; hay agua, pero también tenemos que comprar nuestro jabón. Comemos dos veces al día: mais y cacahuetes; la alimentación es demasiado pobre.
Si un recluso condenado a muerte se enferma, lo llevan a la enfermería de la prisión.

Allí, el médico le prescribe un tratamiento, pero si no tiene con qué pagarlo, morirá.

Rara vez se transfiere a un hospital a los reclusos condenados a muerte. Recientemente, uno de nosotros se enfermó. Su caso era grave y requería una atención médica urgente, pero por más que se lo comunicamos a la administración del establecimiento, no le brindaron ninguna atención. Finalmente, aceptaron trasladarlo a un hospital, pero ya era demasiado tarde, el recluso murió. Es fácil volverse loco en prisión.

Estoy en la prisión de Maroua desde octubre de 2014. Aquí hay una enfermería, pero tiene muy pocos medicamentos. Cuando nuestros hijos, que están encarcelados con nosotras, se enferman, la situación se pone difícil. El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) nos brinda ayuda, pero desde mi llegada a este lugar, ya han muerto tres de las personas condenadas a muerte.
Se nos aísla, ya que se nos considera como enemigos de la nación, pero somos cameruneses, condenados por delitos que no hemos cometido. Nuestros padres nos visitaron una vez, pero cuando se enteraron de que los visitantes también podrían ser capturados y condenados por ser cómplices de actos terroristas, nunca más regresaron.

Solo visito a mi padre una vez al mes por temor a correr su misma suerte. Es normal que te molesten o, incluso, que te insulten, nos llaman terroristas y enemigos de la nación. En ocasiones, tienes que pagar a los guardias 2000 CFA (3 euros) para que te dejen entrar en la prisión. Ellos siempre están presentes durante nuestras conversaciones. Desde que condenaron a muerte a mi padre, mi familia se ha destrozado; mi madre huyó del pueblo por miedo a represalias o a ser arrestada en las redadas del batallón de intervención rápida (BIR)¹. Nuestra pobreza ha aumentado, ya que mi padre era el que nos mantenía económicamente. El prometido de mi hermana rompió su compromiso porque ya no confiaba en nosotros, y mis otros hermanos tuvieron que abandonar la escuela.