Asmático y padeciendo paludismo, no tuve nunca la visita de un médico y me privaron de mis medicamentos. Algunas raras veces me condujeron, atado, a la enfermería. Sufría mucho de diarreas, vómitos y cefaleas debido a la alimentación, el agua no potable y a la insalubridad en general. Mi estado de salud se degradó poco a poco, agravado por la imposibilidad de dormir, las idas y vueltas en la comisaría no cesaban, tanto de día como de noche. Pasaba mis días esperando, sentado o acostado en el suelo, sufriendo del aislamiento, del calor, temperatura de hasta 55ºC a la sombra, hambre, olores insoportables, ruido y gritos. Esta pesadilla duró 100 días hasta mi traslado al centro penitenciario de Bamako.
La vida en ese establecimiento penitenciario no fue mejor. Desde mi llegada, me condujeron al cuartel disciplinario en el cual me quedé cinco meses. Sin embargo, yo era un simple detenido en prisión preventiva a la espera de su juicio, o incluso de su extradición.
Mis compañeros de celda eran criminales condenados, en su mayoría a cadena perpetua, a largas condenas o incluso a la muerte.
La violencia reinaba en todas partes. Había muchas peleas, disputas, y extorsiones. Éramos cuatro en una celda de 6m2, encerrados de las 18h hasta la 6h de la mañana, hora a la que debíamos salir al patio para responder al llamado, incluso cuando llovía. Disponíamos de un único cubo para nuestras necesidades. No teníamos ninguna privacidad para aliviarnos.
Durante el día, éramos unos cuarenta prisioneros amontonados en un patio de aproximadamente 100 m2, entre rejas, todo estaba cerrado, imposibilitándonos de ver el cielo. La vida se desarrollaba en ese patio : desde el baño hasta la cocina de carbón de madera y la lavandería. Disponíamos de un único grifo de agua fría para 40 detenidos. Unido a una manguera, servía para ducharnos, cocinar, fregar los platos, limpiar nuestro cubo…
Nuestra obsesión hasta las 18 h, hora de la vuelta a la celda, consistía en buscar sombra. Luego, nos acostábamos en una estera, agrupados como una pila de cartones debido a las reducidas dimensiones de nuestra celda. Mi sueño pasó de interrumpido a pésimo. También aquí me fue imposible dormir.
Nuestros efectos personales estaban agrupados en un rincón, en el suelo, o colgados en bolsas de plástico.
Convivíamos con los ratones, las ratas, las cucarachas y sobre todo con moscas y mosquitos que eran atraídos por las aguas estancadas de los alrededores y por los malos olores del edificio.
Sin cristal en nuestras dos ventanas (20x10 centímetros cada una) que estaban situadas a más de 2.5m del suelo, la lluvia y el viento entraban en la celda. El resto del tiempo, dependíamos de nuestro pequeño ventilador expuesto a las averías eléctricas. El aire de la celda era imposible de respirar. Los olores de transpiración y de suciedad se mezclaban con los olores del cubo asignado a nuestras necesidades.