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Fuente: Expresso
Ver el panoramaEcuador: los centros de rehabilitación de Cuenca, Latacunga y Guayaquil no tienen comedores.
Mediodía en el Centro de Rehabilitación Social (CRS) de Latacunga. Suena de fondo una balada en español, proviene de la etapa de máxima seguridad, asegura el director general Eduardo Coloma mientras recorre el centro. De repente, un grito interrumpe el plausible sonido de la canción: “¡Director, tenemos hambre!”, suelta una presa desde el pabellón de mujeres… Se acerca la hora del almuerzo, y todos allí lo saben. A las 12:30 empieza la repartición del alimento. El menú del día: consomé de pollo, estofado de chancho y ensalada de rábano. Los presos enfilan hacia unas rejillas por donde obtienen la comida, y reciben su porción: caldo, arroz, proteínas, todo en unos platos plásticos con aspecto desagradable. Dan media vuelta y… ¿Y el comedor?
No hay. Así de simple. Por eso los privados de libertad (ppl), tras coger los alimentos en las tarrinas viejas y algunas rotas algunos que se han quedado sin platos esperan a que otros los desechen para usarlos—, buscan dónde acomodarse. Muchos escogen los pasillos. Sentados en el suelo, y con los platos sobre una de sus manos, comienzan el ritual: cucharada con consomé, adentro; cucharada con arroz, adentro; cucharada con rábanos, adentro… Y así, hasta que se terminan. Solo los primeros, porque aún quedan internos que siguen en la fila esperando a que Ramón, Miguel Ángel y Édison, tres ppl con buena conducta, repartan las porciones en el pabellón Tungurahua de la etapa de mínima seguridad.
Desde una habitación de unos tres metros cuadrados que tiene conexión con el patio interno del pabellón, los tres presos son los encargados de silenciar el hambre de los reclusos. Soportan gritos. “Reparte un poco más, no importa que no seamos de Odebrecht o Chiriboga”, se burlan. ¿Por qué? Un día atrás, el expresidente de la Federación Ecuatoriana de Fútbol, Luis Chiriboga —condenado por lavado de activos, fue movido del pabellón Transitorio al Centro de Detención Provisional (CDP) que comparte patio con el de mínima seguridad.
En una hora y media, las ollas se han vaciado. Han comido donde han querido: en los cuartos, cerca del baño, en el patio, sobre las escaleras… “Lo ideal sería justamente tener comedores”, expresa el director del CRS Latacunga, Eduardo Coloma. “No sé si dentro de esta infraestructura con todos los lineamientos de seguridad (…) se les escapó, porque habría sido muy bueno. Quizás el estar estructurado para un número tan alto (de personas) se les hizo imposible”.
En este centro hay más de 5.000 internos. La sobrepoblación es de aproximadamente 600. ¿Esto lo justifica? David Barahona, arquitecto y especialista en infraestructura penitenciaria con reconocimientos en México y Colombia, confirma a EXPRESO que los tres centros regionales (Latacunga, Guayaquil y Cuenca) “lamentablemente” no concibieron un espacio para comer.
Dentro de una cárcel, las actividades son similares a las de cualquier persona en casa, se requiere servicios básicos, un espacio físico para leer, entretenerse… y por supuesto para comer. Aunque por ahora, y desde que empezó el funcionamiento del centro en febrero de 2014, la gente está mal acostumbrada a ello. A alimentarse donde puede. Algunos ni siquiera se han permitido pensar en ello, como Paula, una joven que, aprovechando que un equipo de EXPRESO está en el centro, quiere mostrar su talento como periodista empírica.
“¿Qué buscan en su recorrido por aquí?”, pregunta desde una cabina radial que cuenta con todos los equipos.
“Nada en específico, pero nos sorprende que aquí no haya un comedor”, le respondemos. Y la interna lo medita… Asegura que en su próximo boletín tomará en cuenta la falta de un área para alimentarse.
El modelo de los CRS en las tres provincias fue construido, según Ricardo Camacho, exsubsecretario de Rehabilitación Social, con referencias de las cárceles de República Dominicana. Sin embargo, “vieron un modelo de autogestión que no lo aplicaron bien… y pues ahí está la construcción de la Revolución Ciudadana, un espejismo”.
Con un costo que sobrepasó los $ 300 millones, el gobierno de Rafael Correa aseguraba que las nuevas infraestructuras contaban con todas las áreas y servicios que demandaba el modelo de gestión carcelaria. Cinco años más tarde, los cerca de 12.000 ppl en estos tres centros siguen alimentándose en condiciones similares a las prisiones anteriores. ¿Es digno? Camacho insiste en que se pensó solo en el modelo de seguridad. “Una bodega de seres humanos”.
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