Durante mi primera estancia en prisión, comuniqué con mi familia a través de cartas. Desde los primeros días de reclusión empecé a escribirles, ya que para mí era esencial liberarlos de la carga emocional, sobre todo a mis hijos. Cuando eres niño, piensas que debes amar y admirar a tus padres de manera incondicional y no tienes la suficiente madurez necesaria para distinguir las emociones que te sumergen. Entendía que en ese momento mis hijos estuvieran furiosos conmigo.
Me pareció necesario liberarlos de la carga de sus emociones y decirles que era normal que estuvieran enojados conmigo o que no comprendieran cómo había podido ponerlos en esa situación. Que tenían derecho a sentir lo que estaban sintiendo.
Sabía que mi ausencia causaría varios problemas, sobre todo económicos, y no quería imponerles una carga emocional más ni que se sintieran culpables de uno u otro modo. Las cartas cobraron entonces gran importancia, ya que nos permitieron decirnos muchas cosas y mantener los vínculos. Al principio, no fue fácil escribir a mano, pues mi generación ha perdido la costumbre de hacerlo. Sin embargo, el aislamiento en el que me mantuvieron la primera vez que estuve en prisión me dio la posibilidad y el tiempo de escribir mucho. La segunda vez no lo hice tanto porque hablábamos todos los días por teléfono.
Convencí a mis hijos de que no fueran a visitarme, así que nunca lo hicieron. Mi esposa solo fue una vez. En Fresnes, el estado de los locutorios es lamentable. En Fléury-Merogis son un poco más decentes y más limpios, pero no dejan de ser locutorios. Además, como lográbamos comunicar de otra manera, preferí evitarles las visitas, los trayectos, etc.