CB. La epidemia parece estar siendo percibida de manera diferente durante esta segunda ola. Ya sea por teléfono, por correo electrónico o por correo, los reclusos y sus familiares nos parecen menos preocupados que durante la primera ola; en cualquier caso, tenemos menos llamadas al respecto.
Probablemente se deba a un protocolo sanitario muy distinto: a diferencia de la primera ola, el uso de la mascarilla para los reclusos es ahora obligatorio cada vez que salen de la celda. Las visitas se han mantenido, aunque en menor número. Lo mismo ocurre con el trabajo en los talleres. La vida en el interior está, por lo tanto, menos “suspendida” que en marzo.
Por otro lado, se han suprimido todas las demás actividades, se han cerrado los pabellones deportivos, y se ha prohibido la entrada de actores externos, a excepción de los abogados y capellanes, lo que priva de actividades a un buen número de internos, que no tienen entonces otra opción que permanecer en su celda durante buena parte del día. Esto tiene consecuencias no solo psicológicas ─ya que notamos que la gente está más nerviosa de lo habitual─ sino también sociales, puesto que se les hace más difícil aún el preparar sus planes de salida, reunirse con trabajadores sociales, etc.
Estructuralmente, se adoptó una medida: otorgar 30 euros de crédito en llamadas a todos los reclusos para compensar la reducción de hecho de los locutorios. Sin embargo, este gesto ha sido menor que en el primer confinamiento, cuando se concedieron 50 euros de crédito en llamadas más una cantidad de dinero adicional.
Sobre todo, no se han adoptado medidas específicas para reducir el hacinamiento en las prisiones. En marzo, los beneficios penitenciarios excepcionales, junto con una disminución de la actividad judicial, contribuyeron a reducir drásticamente el número de personas privadas de libertad.
En las prisiones francesas, se logró, por primera vez, que el número de personas privadas de libertad no superara la capacidad del sistema penitenciario. Desde luego, este balance total ocultaba grandes disparidades, y algunas cárceles seguían superpobladas. Se había creado una oportunidad única para afrontar el problema de la superpoblación con determinación, pero esa oportunidad se perdió. El número de reclusos volvió a crecer después del desconfinamiento, hasta alcanzar de nuevo proporciones aberrantes en algunos establecimientos: 176% en Burdeos-Gradignan, 157% en Tours, 169% en Douai, 155% en Villepinte, 213% en La-Roche-sur-Yon, 195% en Carcassonne, 188% en Nîmes, etc. Aun así, durante esta segunda ola, no se tomó ninguna decisión acorde y el ministro de Justicia se limitó a recordar a los fiscales que hicieran el mejor uso posible de las herramientas ya existentes (beneficio penitenciario ab initio y medidas alternativas, particularmente).