Las mujeres privadas de libertad necesitan que se les brinde acompañamiento, y mi función como capellana es responder a sus preguntas, ya sean espirituales, religiosas o de otro tipo. Las reclusas me piden, por ejemplo, el calendario del ramadán, libros de religión, información sobre el ayuno. Algunas de ellas vienen con preguntas específicas, y en otros casos, soy yo quien inicia la conversación con preguntas relativas a la religión, por ejemplo. A partir de ahí, puedo identificar un tema sobre el que podemos intercambiar. Para las mujeres que vienen al servicio con regularidad, propongo temas que he elegido con antelación.
Las reclusas suelen estar devastadas y andar en busca de sentido. Mi principal objetivo es restaurar la imagen que tienen de sí mismas; siempre intento combinar el desarrollo personal con la religión, por lo que abordo temas como la confianza en sí, la autoestima, el control de las emociones, etc. Por desgracia, con demasiada frecuencia, las mujeres se encierran en sí mismas y les cuesta lidiar con sus emociones. Así que trato de apaciguarlas y hacer que abran su mente para que puedan manejar mejor sus sentimientos.
Un día, vino a verme una chica muy angustiada que sufría por la muerte de su bebé; repetía versos del Corán una y otra vez y lloraba mucho; estaba abrumada. En ese momento me di cuenta de que, no solo necesitaba ayuda espiritual, sino también herramientas para enfrentarse a los pensamientos que la aprisionaban. Su culpabilidad la consumía y necesitaba salir de este círculo infernal. Le pedí entonces que repitiera frases como “Mi bebé se ha ido al cielo, soy una buena madre, Dios me dará otro hijo, etc.” En mi opinión, lo más importante en esta situación era que recuperara la confianza en sí misma antes de volver a conectar con la religión.
Sigo pensando que todas las personas que trabajan en el sistema penitenciario deberían estar mejor formadas en derecho y en religión. Me refiero a los funcionarios de libertad condicional de las prisiones, a los capellanes y, por supuesto, a los guardias. Cuanto más conscientes seamos sobre estos temas, mejor responderemos a las necesidades de las reclusas.
No tengo la impresión de que se estigmatice particularmente a las personas religiosas, aunque, por supuesto, de vez en cuando, escucho quejas sobre ciertas guardias. Si bien he notado algunos comportamientos hostiles por parte del personal, por los que he expresado mi preocupación a la administración penitenciaria, nunca he sido testigo de un incidente. Es más bien una sensación; mi deber es ser neutral.