La comparación entre ocho países europeos de culturas similares confirma la convicción de nuestra asociación de familias y amigos de personas que sufren de trastornos mentales: la prisión no es una solución satisfactoria para las personas enfermas, y puede incluso ser la peor. La atención que se brinda siempre resulta insuficiente ─tanto cualitativa como cuantitativamente─, tiene un problema de continuidad y casi nunca se proporciona con un objetivo de reinserción. Las condiciones de vida en prisión, el hacinamiento, el ruido, la presión sobre los que reciben tratamiento, y la elevada circulación de drogas son factores que agravan las enfermedades mentales y, en ocasiones, las provoca.
Las personas con trastornos mentales representan entre un cuarto y un tercio de la población carcelaria de Europa, mientras que la prevalencia de las enfermedades mentales graves dentro de la población general no sobrepasa el 10 %. Esta conocida y escandalosa sobrerrepresentación exige respuestas proactivas por parte del sistema penitenciario.
Las dificultades para identificar los síntomas y la falta de atención oportuna retardan los diagnósticos, lo que deja a las personas sumergidas en su sufrimiento. Durante este periodo de errancia, a menudo, surgen conductas adictivas y comportamientos de riesgo que pueden hacerlas pasar al acto.
Por otra parte, la sobrecarga de las instituciones penales no permite encontrar el tiempo necesario para diagnosticar a los acusados, por lo que las personas con trastornos mentales se envían cada vez más a prisión en lugar de a los hospitales. A ello se suma, en el caso de Francia, el brusco cambio de rumbo de la política psiquiátrica, que, en tres décadas, ha dado lugar a una reducción del 50 % del número de plazas en los hospitales psiquiátricos. El director de la administración penitenciaria declaró hace poco que “la disminución de la capacidad de los hospitales psiquiátricos ha terminado por llenar las prisiones “ .
Por último, la percepción que tiene la sociedad de las “personas locas” avanza hacia una dirección en la que la compasión tiene cada vez menos cabida. Tras 25 años de ejercer la psiquiatría en prisión, el doctor Cyrille Canetti afirmó: “Nuestra visión de las personas con trastornos mentales ha cambiado mucho en los últimos años. Ahora nos concentramos en el riesgo que representan para la sociedad y olvidamos que, ante todo, son personas que sufren.”
La prisión no cura, o lo hace mal; la mayoría de las personas con enfermedades mentales no deberían estar allí y, sin embargo, muchas lo están.
Esta dura realidad ─como lo confirma el repunte de las condenas después de la breve inflexión que se observó durante la pandemia─ hace que nos preguntemos, ¿cómo podemos mejorar el sistema francés, sin legitimarlo? Y, ¿qué podemos hacer para aliviar el sufrimiento de las cerca de 20 000 personas a las que este sistema perjudica de manera injusta?
Al leer el estudio comparativo, da la impresión general de que la mayoría de nuestros vecinos no han encontrado mejores respuestas que el sistema penitenciario francés. Sin embargo, si miramos con detenimiento, podemos identificar algunas pistas, de las cuales tres llamaron nuestra atención: