Francia: las drogas en prisión, un secreto a voces

Solenn Lebret-Dallaserra. La sustancia omnipresente en las prisiones francesas es el hachís, la resina de cannabis, por la sencilla razón de que su olor es menos fuerte que el de las hojas, y es más fácil de cortar y guardar. Asimismo, existe un factor cultural: la mayoría de las personas recluidas en la cárcel en la que intervengo provienen de entornos desfavorecidos y, como el hachís es más barato, es lo que suelen consumir. Si bien casi todos fuman antes de ingresar en prisión, el uso de drogas adquiere una nueva dimensión tras las rejas, ya que se convierte en una manera de soportar el estrés que genera la prisión.

El consumo no se oculta; cuando uno camina por la prisión, siente rápidamente el olor del hachís en los pasillos, el patio y a veces durante las actividades.
Todos los actores del ámbito penitenciario son conscientes de la omnipresencia de las drogas. Los trabajadores sociales de la prisión, por ejemplo, consideran que el consumo promedio es de dos a tres porros diarios por recluso. Esto demuestra hasta qué punto se ha convertido en algo normal.

SLD. Si uno siente el olor de la marihuana cuando camina por las instalaciones, es obvio que los guardias también lo sienten. Sin embargo, existe un margen de tolerancia bastante alto en lo que se refiere al consumo. Por ejemplo, cuando los guardias ven a un recluso fumarse un porro, puede que griten, pero rara vez lo denuncian. Tampoco hay repercusiones a nivel jurídico.

Lo que molesta en prisión es el tráfico de drogas, que, a pesar de haberse reducido con la COVID-19, sigue siendo enorme. Durante la pandemia, las visitas se hacían a través de un panel de plexiglás, por lo que era más difícil para los visitantes pasar la droga a los reclusos. No hay ninguna tolerancia en cuanto al tráfico. Si a alguien le encuentran un bloque de hachís en su celda, la sanción no se hará esperar. La única manera de librarse de ella, será culpar a otra persona. Es lo que sucede con las “niñeras”.

Algunos reclusos que trafican a gran escala piden a sus compañeros que guarden la droga en sus celdas a cambio de dinero, comida o protección. Estas personas, a las que se llama “niñeras”, son las que reciben los castigos en caso de que la droga se encuentre en sus celdas durante un registro.

De esta manera no se acabará con el tráfico, y los guardias conocen perfectamente este sistema. Sin embargo, como la droga es la única manera de calmar y canalizar a los reclusos, esto resulta en cierto modo conveniente para la administración.

SLD. La mayoría de las personas recluidas en la cárcel en la que trabajo son jóvenes que vienen de los suburbios. La primera institución a la que se han confrontado en su vida es la Policía. Desde muy pequeños, el sistema Policía/Justicia los ha tratado de manera abominable.

Estos jóvenes desconfían del sistema y tienden a considerar que todas las acciones inherentes al mundo de la justicia, y por extensión, los programas que propone la prisión, solo existen para perjudicarlos.

Esto se constató durante la pandemia de COVID-19, cuando tantas personas se negaron a vacunarse. No fue solo por temor a la vacuna en sí, sino por desconfianza a la vacuna en prisión. Muchos pensaban que lo que se administraría a los reclusos no podía ser otra cosa que veneno, ya que no confían para nada en cualquier persona que tenga que ver con el ámbito penitenciario.

Para ellos, la prisión solo dura un momento, y consideran que, si tienen que hacerse tratar, no será tras las rejas. Es muy difícil deshacer ese mito carcelario y hacerles entender que pueden solicitar atención sanitaria y que los médicos están allí para ayudarles.