Los días en prisión pasan lentamente. Mi mente siempre la ocupa mi hijo adolescente, mi madre y un amor que, aquí adentro, se vuelve cada vez más difícil y tormentoso. Aún me quedan muchos años por pasar dentro de estos muros y, para no dejarme vencer por el desespero, he buscado llenar cada minuto de mi tiempo, ya sea en actividades culturales, lúdicas o profesionales. Y he dicho, cada minuto.

La puerta blindada se abre cada mañana a las 8 a.m.; tengo media hora para llegar a clase… Sí. He decidido retomar mis estudios para obtener por fin ese famoso “trozo de papel”: si todo sale bien, el próximo año, obtendré mi diploma de experto en informática.

Las clases se terminan a las 12:30 p.m.; regreso a mi celda para comer algo y luego salgo corriendo a la sala de música. Con otros tres compañeros de infortunio, hemos creado un grupo y, al fin de cuentas, no suena nada mal… Lo nombramos “B.L.G” (Bastarda La Galera, puta cárcel). Tocamos una vez al mes en el teatro de la prisión, frente a los otros reclusos, sus allegados y algunos visitantes.

Después de una hora de ensayo, los lunes y los miércoles, regreso a clase para el curso de periodismo de radio que imparte la asociación Antigone; la infinitamente valiosa asociación que trabaja por los derechos de los reclusos. En este curso, preparamos, escribimos y grabamos artículos de actualidad, crónicas y temas libres que transmitimos los viernes, con un noticiero radial de la prisión, en el programa musical “jailhouserock” en las estaciones populares nacionales.

Los martes y los jueves después del ensayo, participo en un taller de escritura creativa, que me ha hecho descubrir una vena poética que ignoraba tener… ¡hasta he logrado publicar dos libros de poesía! Los viernes después de clase, participo en la reunión de representantes de los reclusos, organizada por Antigone, para sacar a la luz los numerosos problemas que aquejan el universo carcelario, debatir y tratar de resolverlos con la ayuda de las autoridades.

Todos los días, a excepción del sábado, trabajo como bibliotecario desde las 4:00 p.m. hasta las 6:00 p.m. No es un empleo muy rentable comparado con otros.

Ni siquiera me alcanza lo que gano para comprar cigarrillos todos los días─, pero el hecho de ocuparme de los libros, de hacer recomendaciones y, aún mejor, de lograr que los demás se apasionen por la lectura, es muy gratificante para mí.

Mis sábados los paso en la sala de música tocando con los B.L.G. En este momento, estamos preparando un nuevo “programa” para el próximo espectáculo; habrá un poco de todo: música italiana, grandes clásicos del rock internacional, e incluso, algunas de nuestras composiciones.

La noche, cuando se cierra la puerta blindada de la celda a las 8:00 p.m., ni siquiera tengo fuerzas para preparar mi cena y ver algo de televisión en uno de los once canales disponibles… Inevitablemente, termino durmiéndome, muerto de cansancio.
Además, cada vez que la biblioteca central organiza cursos o charlas de historia, literatura, filosofía o psicología, no me los pierdo por nada del mundo.

En prisión, el tiempo no pasa, pero creo que he encontrado la manera perfecta de evitar el aburrimiento: poner el cerebro en marcha.

Hasta que llega el domingo, el día más difícil de la semana.

En prisión, todo se detiene los domingos; no hay clases, ni actividades, ni visitas de los familiares, no es posible hacer la ”famosa” llamada semanal de diez minutos, y no se permite salir del módulo. El domingo, todos los pensamientos tristes y oscuros regresan a mi mente. El domingo, sobre todo el domingo, siento el aplastante peso de la reclusión. Pero, por otra parte, sé que he actuado mal y lo merezco.
Solamente espero que todo lo que hago se tenga en cuenta, y que esto influya de manera positiva mi expediente, para acortar, tal vez, el largo tiempo que me queda en este lugar.

Un saludo a los lectores.