EN ESTE MES DE ABRIL, mientras el mundo entero espera con impaciencia que estos días difíciles queden atrás, mi familia y yo pasamos casi todo nuestro tiempo en casa, y solo salimos en caso de necesidad, como lo exigen las autoridades. Intentamos pasar estos días en casa de manera sana y fructuosa.
Tengo dos hijas, una de 4 años y otra de 9 meses. Durante el día jugamos y hacemos las tareas de mi hija mayor, y cuando hay buen tiempo, bajamos al jardín. Hacemos paseos en familia cerca de la casa y tratamos de hacer un poco de deporte, teniendo en cuenta las normas sanitarias. Con mi mujer, estamos tratando de aprender el francés.
En realidad, no somos ajenos a este tipo de confinamiento, por eso la cuarentena no se nos hace difícil. Antes de llegar aquí, en Turquía atravesamos circunstancias más adversas que tuvimos que soportar durante dos años, ya que la policía nos buscaba por motivos políticos.
Evitábamos salir de casa para que no nos arrestaran y torturaran. Para cubrir nuestras necesidades más básicas, aprovechábamos la oscuridad de la noche para ir a la tienda de alimentos más cercana.
No podíamos trabajar, no podíamos llevar nuestra hija al parque, ni siquiera podíamos ir al hospital. Cada vez que tocaban a la puerta, nos preguntábamos si era la policía. Mi hija, aterrorizada, lloraba porque no entendía nuestra inquietud. No podíamos tener ningún contacto con nuestros familiares o amigos. Nuestra vida fue más dura en ese entonces que ahora.
Si bien teníamos que vivir de esa manera, nos considerábamos más afortunados que nuestros amigos, pues la mayoría de ellos estaban bajo arresto, algunos estaban siendo torturados y a otros los habían separado de sus hijos.
En estos momentos, en Turquía, 780 bebés y sus madres, 11 000 mujeres y 1333 personas enfermas (entre ellas 457 en un estado grave) se encuentran privados de libertad solo por pertenecer al movimiento “Hizmet”.
Mientras el coronavirus amenaza el mundo entero, ellos viven en condiciones insalubres; las celdas, que tienen una capacidad para ocho personas, albergan hasta 30 o 40. Nos preocupa mucho su suerte, y sabemos que somos afortunados de estar aquí mientras pensamos en ellos. Espero que puedan reunirse con sus familias pronto, antes de contraer el virus.
Estamos más seguros y felices aquí que en nuestra vida pasada. Agradecemos a los empleados del CADA que nos han ayudado en todos los sentidos y no nos han dejado solos. En cada ocasión, nos hacen sentir su presencia y su apoyo. También le agradecemos a Francia por su hospitalidad. Cada día, rezamos con mi familia para que las personas enfermas se recuperen y el mundo se deshaga de este virus.