¿La prisión fomenta la emancipación de las mujeres?

Gwenola Ricordeau. Me interesé por primera vez en la prisión hace unos veinte años. A través de la experiencia de personas allegadas que estuvieron encarceladas, me di cuenta que la existencia del sistema carcelario afecta a las mujeres de una manera específica. En calidad de esposas, cónyuges, hermanas, madres, hijas, amigas, se espera más solidaridad y cuidados por parte de ellas que de los hombres. Este fenómeno se observa en todos los países del mundo: son sobre todo mujeres las que visitan a los hombres privados de libertad, y las mujeres encarceladas reciben más visitas de otras mujeres. El encarcelamiento, al igual que otras situaciones difíciles, como la enfermedad, la hospitalización, etc., pone de relieve un aspecto del patriarcado: las mujeres reciben menos solidaridad por parte de los hombres que de otras mujeres.

Estas reflexiones sobre el género y el sistema carcelario marcaron el punto de partida de mi trabajo académico y político en torno a dos preguntas: ¿Cómo la existencia del sistema de justicia penal afecta a las mujeres? Y ¿Qué pueden esperar de él? Las corrientes dominantes del feminismo interpelan al sistema penal para denunciar la impunidad de los autores de delitos de carácter sexual o para exigir mayores castigos, pero se interesan poco en las mujeres privadas de libertad y en las que tienen familiares “criminalizados”[^crimi]; lo que significa que parten del principio de que el sistema penal podría estar al servicio de las mujeres. Sin embargo, mi trabajo cuestiona esta idea, ya que, pienso que, al contrario, la emancipación de las mujeres no puede subordinarse a la prisión o, más ampliamente, al sistema de justicia penal.

[crimi]: El término “criminalizado”, que emplea Gwenola Ricordeau, se refiere a que las personas son judicializadas y, por lo tanto, calificadas por su delito, ya sea presunto o real. Es así como debe interpretarse a lo largo del texto.

Para llegar a esta conclusión, realicé un análisis feminista del sistema de justicia penal, teniendo en cuenta las tres situaciones principales en las que las mujeres confrontan la prisión: en calidad de víctimas, cuando ellas son criminalizadas, y cuando uno de sus allegados es criminalizado. Cada una de estas situaciones levanta un sinfín de comentarios, pero podemos decir, ante todo, que el sistema de justicia penal protege muy mal a las mujeres. Las violencias de las que son objeto tienen un carácter estructural y la eficacia de las sanciones penales en cuanto a la disminución de estas violencias sigue sin comprobarse.

El sistema de justicia penal responde de manera insuficiente a las necesidades de las víctimas, sobre todo, en lo que respecta al reconocimiento de su estatus, que no permite darle un sentido a lo que ellas han sufrido.

Algunas poblaciones están sobrerrepresentadas en prisión: las personas pobres, inmigrantes o provenientes de países que han conocido la colonización. Entre las mujeres encarceladas, muchas han sido víctimas de violencia doméstica o sexual, lo que juega un papel determinante en el curso de su vida y en su criminalización. Este aspecto de la victimización de las mujeres es un punto ciego de las corrientes dominantes del feminismo, cuyos llamados a la sororidad suelen pasar por alto a las mujeres privadas de libertad.

GR. La expresión “feminismo carcelario” (carceral feminism) la inventó la socióloga estadounidense Elizabeth Bernstein, quien la empleó por primera vez en su artículo de 2007. Dicha expresión, que se ha extendido en el mundo angloparlante, se refiere al hecho de que, para las corrientes dominantes del feminismo, el sistema carcelario favorece la emancipación de las mujeres. Por ejemplo, para estas corrientes, el encarcelamiento de los autores de violencias constituye un progreso en la causa femenina. La expresión “feminismo carcelario” subraya que la represión y el Derecho han adquirido un papel cada vez más importante en la estrategia de las corrientes dominantes del feminismo desde finales de los años setenta y ochenta. Este fenómeno se observa en muchos otros movimientos sociales; se tiene la idea de que la emancipación es una lucha judicial contra la discriminación (ya sea por raza, identidad de género, etc.), y el Derecho se considera como un instrumento para la emancipación y no como un instrumento al servicio del Estado, del sistema capitalista y del patriarcado. La expresión “feminismo carcelario” hace referencia a las corrientes dominantes del feminismo, sin que estas afirmen ser “feminismo carcelario”. De hecho, nadie lo hace.

La expresión permite insinuar lo que a menudo no mencionan claramente las corrientes feministas: las soluciones que proponen implican un mayor recurso al sistema de justicia penal.

Existen varios aspectos que se pueden reprochar a las propuestas estratégicas de estas corrientes. Primero que todo, estas corrientes dan por hecho que sancionar a los agresores ayudará a reducir la frecuencia de estas violencias de las que son objeto las mujeres. Pero lo único que la prisión hace bien es proteger (a menudo, temporalmente) a ciertas víctimas y, a veces, satisfacer un deseo como de venganza (el de querer que un agresor “pague” por lo que ha hecho). Ahora bien, si tenemos en cuenta la gran cantidad de mujeres que son víctimas de violencia, podríamos decir que las políticas penales son un total fracaso. No solamente no disuaden a los agresores, sino que además mantienen el mito de que es el sistema judicial el que debe ofrecer una reparación a las víctimas.

Por lo tanto, podemos reprochar al “feminismo carcelario” el hecho de ser un feminismo que se basa en la criminalización de los hombres para favorecer la causa de las mujeres. En otras palabras, cuando se busca una mayor criminalización y se recurre más al sistema penal ─y, por ende, a un sistema que afecta principalmente a las personas pobres y las minorías raciales─, estamos pidiendo la criminalización de algunos hombres. Para ciertas corrientes feministas, la expresión “feminismo carcelario” indica que las opciones estratégicas feministas son múltiples y que un mayor recurso al sistema de justicia penal no es la única opción disponible.

GR. Lo que quiero decir es que el sistema de justicia penal no puede ser un instrumento para la emancipación de las mujeres ─ni de nadie más─, ya que este hace parte de un aparato estatal y participa en el orden capitalista, racista y patriarcal.
Pienso que es importante que cuestionemos la demanda de las corrientes dominantes del feminismo de una mayor represión, que se hace de manera ingenua, pero que alimenta el movimiento histórico de utilizar las políticas penales a favor de ciertas luchas sociales. Este movimiento, que no solo se observa en Francia, se designa con la expresión “populismo penal”. Y vemos cómo funciona, por ejemplo, en la reactivación del debate sobre la pena de muerte, que se basa en el tema de la violencia contra las mujeres y los niños. En Bangladesh lo vimos recientemente con la aplicación de la pena de muerte en caso de violación.

Pienso que es importante que, como feministas, nos neguemos a instrumentalizar nuestras luchas y a permitir que estas sirvan de pretexto para el endurecimiento de las políticas penales. Esta posición no significa que debemos tolerar las violencias contra las mujeres, sino que, en mi opinión, endurecer las penas y las leyes es una solución simplista.

A diferencia del “feminismo carcelario” existe un “feminismo abolicionista” que preconiza la abolición del sistema de justicia penal y que propone tomar como punto de partida la necesidad de las víctimas y crear formas de autonomía de cara al Estado y al sistema de justicia penal. Si consideramos el tema de la violencia contra las mujeres en lugar de pensar en la represión de los agresores, podríamos basarnos sobre todo en la capacidad de acción de las mujeres, en sus condiciones materiales, y en procesos colectivos que permitan cambiar las estructuras sociales (como la del patriarcado). Yo creo más en el poder de una autonomía que se construye de manera colectiva que en la protección del Estado ─ya que todo lo que nos dan, nos lo pueden quitar─.