GB. Está claro que sabemos actuar sobre las personas (con técnicas de prevención o acompañamiento) o incluso contra ellas, pero no solemos trabajar con ellas. Es muy difícil establecer un clima de confianza mutua horizontal en prisión, ya que la lógica penitenciaria se basa en la sospecha. ¿Cómo construir una relación de confianza dentro de un sistema creado para evaluar y controlar el comportamiento de los reclusos?
Y cuando por fin se admite la idea de que la seguridad se puede construir fomentando relaciones positivas entre los individuos, las cosas se complican al momento de la práctica. El tema de la participación se aborda con cierta ambivalencia, a menudo se reduce a una simple consulta o incluso se rechaza de forma explícita para mantener las posiciones.
A diferencia del modelo anglosajón que considera la acción colectiva como un espacio de confrontación y reconoce a los individuos como actores sociales en el propio sentido de la palabra, Francia sigue apegada a la idea de la acción descendente. La expresión “prise en charge” (hacerse cargo de) da la impresión de que hay un superior y un inferior. Cuando digo esto, los miembros del personal a menudo me responden que no es así y que ellos trabajan con las personas privadas de libertad y las acompañan. Entiendo que necesiten creérselo, porque si admiten que están en posición dominante y que tienen frente a ellos a una persona sumisa sobre la que actúan, no podrían hacer lo que hacen, o en todo caso, con menos comodidad. Los funcionarios de prisiones no son ni robots ni monstruos sin sentimientos, pero la manera en que se les pide actuar para conformarse a los programas y sistemas establecidos, genera una asimetría en la relación.
Otro de los límites de la seguridad dinámica tiene que ver con el tema de los riesgos, ya que para aplicarla es necesario comprender y aceptar un riesgo: el de dar espacio al diálogo sobre la seguridad de la población carcelaria.
Cuando esta práctica se encuadra y se institucionaliza de manera adecuada, es posible reunir a las personas y confrontarlas, permitirles dialogar y conocerse y, de este modo, transformar la violencia en discusión. Pero esto requiere disponer de espacios de confrontación que permitan restaurar el diálogo y los vínculos sociales. Cuando las personas privadas de libertad no tienen espacio para expresar sus problemas, la violencia puede convertirse en el único modo de comunicación.
Como lo afirma la socióloga Antoinette Chauvennet, “es precisamente porque a los reclusos no se les permite expresarse de manera pacífica que resultan utilizando, contra ellos o contra la organización, la violencia o la intimidación y creando incidentes”. No se trata de calmar las cosas y dar lecciones de moral a los reclusos, sino de escuchar lo que tienen para decir y darle un sentido.
El reto es estimulante: ¿cómo podríamos, a través del prisma de la seguridad dinámica, abrir espacios para un diálogo más democrático y razonado que movilice la participación de los individuos, incluso en un ámbito tan restringido como el de la prisión? Hay que pensar en ello y abrirse a las posibilidades.