El traslado

El traslado trata sobre el paso de los muros de piedra del siglo XIX al hormigón del siglo XXI. En 2010, grabé en la prisión Jacques Cartier, en Rennes, durante las últimas semanas antes del cierre y del traslado de los reclusos. Dos meses después, me reencontré con esas mismas personas en el nuevo establecimiento.

La ampliación de la capacidad del sistema penitenciario se presenta como la única respuesta posible al hacinamiento, lo que conlleva un aumento considerable del tamaño de los centros penitenciarios y, en consecuencia, de su distancia geográfica. Las prisiones han desaparecido de la vista de los ciudadanos, y las ciudades de la de los reclusos.

Cada vez es más raro que alguien se tope con una prisión, si no es por accidente o porque la carretera o las vías del tren pasan junto al recinto penitenciario. Y, aun así, lo único que sigue siendo visible son las torres de vigilancia, las alambradas y los tejados de los edificios. ¿Qué nos dicen los nuevos muros de las prisiones? ¿Qué mensaje transmite este tipo de arquitectura a la sociedad?

En el interior de la prisión de Vezin, como en las demás, los reclusos ya no tienen referencias geográficas ni temporales. Ya no existen indicios del paso del tiempo, ni de los cambios en la naturaleza, ni de la ropa de los viandantes. Nada permite observar el ritmo de vida de la ciudad y de sus actividades cotidianas. Se acabó la posibilidad de intercambiar miradas. Desde sus ventanas, los reclusos ya no pueden ver el aparcamiento que les permitía observar un poco de la vida diaria de los vecinos. Una prisión en la ciudad y El traslado presentan estas interacciones informales, que acabarán por convertirse en meros recuerdos.

La ubicación del nuevo centro penitenciario de Vezin, en plena zona industrial, dice mucho sobre el concepto de la prisión, que se ha convertido en una actividad comercial como cualquier otra. Esta es la sensación de los reclusos después del traslado. Como todas las construcciones recientes, la prisión de Rennes-Vezin (con 942 reclusos en 2017) ha integrado los nuevos estándares en términos de construcción gigantesca, gestión delegada, acceso a la tecnología y aumento de la seguridad.

En El traslado, tanto los reclusos como los trabajadores que han conocido la antigua y la nueva prisión, coinciden en la pérdida de interacciones sociales. Los guardias ponen en perspectiva el estado de la prisión Jacques Cartier, cerrada debido al deterioro, y lamentan el aislamiento de la nueva prisión, que no les proporciona una sensación de seguridad, a pesar de que se haya multiplicado el número de cámaras. Los puntos ciegos, especialmente en la zona de las escaleras, son la otra cara de la delimitación de los espacios. Esta falta de visibilidad crea una gran inseguridad en todos los aspectos.

Los nuevos muros y las mejoras sanitarias van acompañados de la reducción del entorno cotidiano, más frío, más codificado, un confinamiento de reclusos en los pabellones, pisos, plantas, escaleras, etc. El hormigón liso elimina cualquier resquicio y la rigidez de este tipo de arquitectura hace imposible escapar. La segmentación de los espacios mediante el cierre de los pasillos, el aislamiento tecnológico y la reducción del contacto entre reclusos y guardias contribuyen a deshumanizar la prisión.

Los reclusos solo pueden interactuar en las zonas que están específicamente dedicadas para ello, como el gimnasio, el patio o los talleres. La circulación por el edificio está regulada y los recorridos están marcados y gestionados desde puestos de control, desde donde los guardias abren las rejas y puertas.

La amplia superficie de estas nuevas instalaciones, de unas diez hectáreas, las lleva a instalarse en la periferia de la ciudad. En el interior hay un muro que delimita el perímetro de la prisión, una serie de barreras de protección, una pasarela, una explanada y una zona neutral de seis metros de largo que aíslan el centro de la prisión, esto es, la zona que frecuentan los reclusos.

La prisión se ha cerrado aún más para mantener a los ciudadanos a distancia. Estos “no-lugares” a los que se relegan las instituciones penitenciarias no ofrecen ningún vínculo con la vida exterior, salvo los que organiza la administración. Nada entra del exterior para estimular los sentidos de los reclusos.

El horizonte visual se ha estrechado incluso dentro de las propias celdas, con la instalación de rejillas por encima de las barreras, como si fuera un castigo adicional que obstaculiza la posibilidad de asomarse al exterior. Poder observar lo que ocurre afuera se considera un placer, por lo que impedirlo es parte del castigo.

Desde las ventanas de la prisión de Vezin, solo se alcanza a ver una sucesión de rejas y vallas. Los más suertudos tienen vistas al campo de deportes. En los pisos superiores, solo desde algunas celdas se puede observar el campo y, a lo lejos, la vía del tren que une París con Brest.

Los reclusos sienten que esa distancia geográfica es un símil de la distancia que algún día tendrán que recorrer para reincorporarse a la sociedad.

— Catherine Rechard.