Esas personas son realmente desafortunadas; tener que abandonar su propio país y dejarlo todo atrás sin poder llevarse nada… espero no tener que vivirlo nunca.
Cuando estaba en Nimes, en 2012, conocí a dos croatas que me hicieron reír mucho. En ese momento me encontraba en unas condiciones de detención particularmente duras. Uno de ellos me decía: “¡Se está bien aquí! Comer, dormir en un lugar calentito, jugar al ajedrez: ¿qué más podrías desear? Cuando vuelva a mi país: ¡cárcel! ¡Allí cárcel no lo mismo!”. ¡He aquí una buena materia de reflexión! En cuanto a esos pobres inmigrantes, el camino es todavía muy largo; huir de la guerra o de la miseria, sí, pero ¿qué es lo que encontrarán a cambio? La inseguridad de los campos de refugiados, junto con la violencia y la miseria, no es desgraciadamente el final de su largo periplo. Muchos de ellos serán reconducidos a su punto de partida después de haber percibido un paraíso que les será negado. Un país como Francia, que muchos critican, dista mucho de ser desagradable cuando se vive según sus leyes y cuando se tiene la suerte de pertenecer al mismo.
Sus cárceles no son las mejores del mundo, pero están muy lejos de ser las peores.
Los dos croatas que conocí en el centro de detención de Nimes sentían una profunda angustia solo de pensar en que tendrían que cumplir sus penas en su país y creo poder comprenderlos. Aquí, hay un moldavo que está en la misma situación que ellos; a él le sucede lo mismo, la perspectiva de ser encarcelado en su país no le entusiasma en absoluto. Estar encarcelado, dondequiera que sea, no tiene nada de alentador, nadie os dirá que fue un placer vivir en un lugar así, aunque fuera por un corto periodo de tiempo, ya que, aquí, no hay nada que tocar.
No hay una mujer a la que seducir ni con la que compartir juegos; esos placeres simples y, sin embargo, tan importantes para el bienestar cotidiano, para la vida de un hombre. Eso es lo que falta. Eso fue lo que le respondí al croata y él estuvo de acuerdo conmigo. Nos resignamos por lo tanto a la abstinencia, e incluso al onanismo. Se trata de mucho más que de una privación de libertad. ¡Es ser reducido al estado de cosa, es no tener derecho a “ser”!
Sólo tener la posibilidad de trabajar, instruirse si se puede y quedar reducido al estado de pelele; un poco como Pinocho, pero nuestra nariz no se alarga porque seamos mentirosos sino por falta de afección y de amor. A modo de sustitución, he previsto participar a un taller de alfarería, con el fin de amasar, modelar y poder fantasear un poco. La privación de libertad es igualmente una privación de ser enteramente un hombre.
¡Entonces arriba las manos y buenas noches!