Líbano: dramaterapia en prisión

En 2006, durante la guerra entre Israel y el Líbano, todos estábamos encerrados en nuestras casas; era un infierno. No sabíamos si era mejor quedarnos o marcharnos. Yo misma me sentía en la cárcel. Todos éramos reclusos.

En 1999, hice mis prácticas en una prisión italiana con Armando Punzo, que llevaba años haciendo talleres de teatro en los centros penitenciarios . Fue increíble. Me pareció maravilloso ver como se expresaban esas personas, porque no son solo delincuentes, son mucho más y tienen mucho que decir.

Armando Punzo no pretendía hacer terapia, pero era algo realmente terapéutico. En aquel momento, la idea de poder realizar un proyecto así en el Líbano era un sueño. Hay una expresión en árabe que dice *«arrojas en tu inconsciente los pequeños sueños que has tenido».

Así que, en 2006, empecé a planear un primer proyecto en la prisión de Roumieh. Me enteré de que la Unión Europea ofrecía financiación, pero todavía no contaba con lo necesario para beneficiarme de ella. Fue entonces cuando conocí a Ghassan Moukheiber, un miembro del Parlamento que además era activista y abogado. Me animó y me permitió realizar este proyecto a través de una de sus ONG. Me reuní con el ministro del Interior y con el ministro de Justicia. Al principio, rechazaron el proyecto tres veces seguidas, argumentando que el teatro y la terapia son un lujo en las prisiones y que los reclusos estaban ahí para ser castigados, no para rehabilitarse. Dejé claro que se trataba de un proyecto humanitario, no político. Al final, tras un año y medio de lucha, conseguí la autorización a fuerza de insistir.

La dramaterapia es una combinación de técnicas teatrales y psicológicas cuyo objetivo es sanar, ver nuevos horizontes, poder expresarse. Es una terapia alternativa, al igual que la danzaterapia, la arteterapia o la musicoterapia. A muchas personas les resulta difícil ir al terapeuta y hablar, hace falta mucha madurez para poder explicar con palabras sus emociones y sentimientos. La psicoterapia oral (talkative therapy) no es para todo el mundo. Sin embargo, la dramaterapia se centra en el movimiento, en representar un papel. Creamos escenas, las transformamos en el escenario, nos metemos en los papeles secundarios que representamos en nuestra vida. Estas son técnicas que nos permiten expresarnos de forma indirecta.

El trabajo con las diferentes personalidades es una técnica que utilizo con muchos de los reclusos, porque nos ayuda a cuestionar el equilibrio entre todos los papeles que desempeñamos en la vida. Así exploramos todas las facetas del recluso, pues no es solo un criminal, como la sociedad puede pensar. También es padre, es hijo, ha tenido un trabajo, ha sido líder de un grupo, puede tener todos esos roles. Puede revisar estos papeles y decidir qué quiere hacer con ellos, cuál de ellos necesita dejar atrás, cuál necesita desarrollar y de qué manera.

Cada quien es libre de hacer un proyecto de vida con todos los papeles disponibles. En uno de los ejercicios, tratamos el tema de la infancia, por lo que hablamos y profundizamos en ella. Otro ejercicio es el de la silla vacía, en el que se imaginan que, por ejemplo, su padre está en una silla y tienen que hablar con él. En otro ejercicio, escriben una carta a su madre. Luego comparten entre ellos la experiencia. Son ejercicios que provocan mucho dolor, pero también mucha comprensión. Los participantes tomaron consciencia de sus traumas. El espectáculo les permite decir lo que quieren expresar y compartir.

Yo sabía que era posible pasar muchos años en prisión a la espera de juicio, hasta siete u ocho. Pero no tenía ni idea de nada más.

A finales de 2007, empezamos a trabajar en las prisiones. Mi primer proyecto fue Twelve Angry Lebanese, “Doce libaneses enfadados”, una obra de teatro adaptada de Reginald Rose. Personalmente, no tenía mucho conocimiento sobre ese entorno. Sabía que había una moratoria de la pena de muerte, que las condiciones de reclusión eran miserables y que las prisiones estaban hacinadas. Sabía que era posible pasar muchos años en prisión a la espera de juicio, hasta siete u ocho. Pero no tenía ni idea de nada más.

Cuando llegué a la prisión de Roumieh, dejé abierta la inscripción para el taller durante tres meses. Los reclusos venían a probarlo, algunos se inscribían y traían a otro compañero, otros solo querían observar. Todo ese periodo fue la oportunidad para que descubrieran el teatro y para que me conocieran. Gracias a esto, pude determinar quiénes iban a querer participar a largo plazo, con vistas a producir un espectáculo. El proyecto duró 15 meses. Los que cumplían sentencias más cortas podían participar en el taller de dramaterapia, pero no en el espectáculo.

Pasaba en prisión cinco días a la semana, dedicaba dos días a los reclusos con condenas de larga duración (es decir, los condenados a pena de muerte y a cadena perpetua) y otros dos días a los de corta duración. El quinto día, los mezclaba para que aprendieran los unos de los otros. Dividí a los reclusos voluntarios en varios grupos: unos eran los monologuistas, otros eran los bailarines, los que preferían estar entre bambalinas, los encargados de la iluminación y, por último, el grupo de actores que iba a representar la obra. Algunos propusieron hacer una comedia. Un recluso nos contó con humor que su madre de setenta años, que había perdido algunas de sus facultades y que siempre iba a visitarle, fue a contarle al juez con toda su buena fe que su hijo sí vendía drogas, pero que no las consumía. Su condena aumentó de uno a cinco años. Era un testimonio de los que te daban ganas de reír y llorar a la vez, pues muestra la misera que hay detrás.

Realizaba pruebas psicológicas de forma longitudinal, es decir, a lo largo de los quince meses que duró el proyecto. A medida que avanzaba, los reclusos se volvían más disciplinados, se comunicaban mejor con sus compañeros y con sus familias. Los pensamientos esperanzadores comenzaban a sustituir a los negativos. Comían y dormían mejor. Además, también había mejorado su relación con los guardias.

Mostrar la obra al público supuso un gran esfuerzo, tuvimos que convencer a las autoridades y a los miembros del Gobierno para que la autorizaran y asistieran. Se cuestionó si era seguro. Al final, conseguimos el permiso para representar la obra durante dos meses. No obstante, asistir al espectáculo implicaba un procedimiento muy largo.

En Doce libaneses enfadados, los reclusos hacían mención a una ley sobre la reducción de las penas, la n.º 463 de 2002, que aún no se había aplicado. Actuaron ante un público entre los que no solo había meros espectadores, sino también ministros, jueces y representantes de la autoridad. Dos meses más tarde, ¡la ley de reducción de las penas entró en vigor!

En 2011, dirigí el proyecto El diario de Scheherezade en la cárcel de Baabda, en Beirut. Durante el proyecto, las reclusas compartieron las vivencias de violencia doméstica que habían sufrido. En ese momento, no había ninguna ley que protegiera a las mujeres de ese tipo de violencia y ellas mismas pidieron tratar sobre el tema en la obra. Entonces abogamos, junto a otras asociaciones en apoyo a la mujer, por la aprobación de una ley presentada por la asociación Kafa en el Parlamento. En las escenas de la obra, hablábamos de la violencia que habían sufrido y mencionábamos el proyecto de ley. Fue todo un golpe de realidad para los parlamentarios y políticos que asistieron al acto, tanto que se dieron cuenta de las consecuencias que podía causar este tipo de violencia. En 2014, por fin se adoptó esta ley.

Hice dos documentales sobre estas dos obras. Siempre llevaba conmigo una cámara a la prisión, porque quería hacer un seguimiento y mostrar cómo cambiaban estas personas antes y después del proyecto, cómo se desarrollan, cómo hablan. Cada uno de estos filmes ha ganado diez premios internacionales en varios festivales de cine y se han mostrado en universidades, clubes, escuelas e incluso en línea. Se han convertido en herramientas de sensibilización.

En la prisión de Roumieh, continué practicando la dramaterapia. Entonces, me interesé en los reclusos con enfermedades mentales. Algunos de ellos estaban en el «módulo azul» de Roumieh y otros estaban mezclados con los demás reclusos, esperando que Dios o que el universo les curara. El Código Penal de 1943 estipula en los artículos 231, 232 y 234 que los «poseídos», los «locos» y los «alienados» que hubieran cometido un delito, deberían permanecer en prisión hasta su sanación.

Creé dos grupos, el primero formado por los reclusos que padecían alguna enfermedad mental o, al menos, que hubieran sido condenados como enfermos mentales; y un segundo, con los reclusos que no padecían de ningún trastorno. Estos tuvieron que interpretar el papel de los primeros, porque a los enfermos mentales no se les permitía subir al escenario.

La obra se llamó Johar… up in the air. La hicimos en 2016 y gracias a ella se dio visibilidad a estos reclusos olvidados. Tras ello, preparé un proyecto de ley junto a jueces, abogados y el Ministerio de Justicia, para que los términos «poseído», «loco» y «alienado» con los que se refieren a los reclusos se remplace por «personas con enfermedades mentales». Estas personas no deben estar en prisión hasta que se curen, sino hasta que se estabilicen. Se ha retomado una ley de 1992 que no se aplicaba y que establece que un psiquiatra del Ministerio de Sanidad debe visitarlos regularmente y decidir, junto al juez, si ese recluso sigue representando un riesgo para la sociedad.

La película se estrenó en 2021, con el objetivo de llamar la atención de las autoridades sobre este proyecto de ley, que aún espera aprobarse. Entre la crisis sanitaria y la crisis socioeconómica que atraviesa que Líbano, las prisiones han dejado de ser la prioridad del Gobierno.

La ventaja de la prisión de Roumieh es que es grande y, aunque esté hacinada, aún se puede respirar. Tiene talleres de teatro y de artesanía. Baabda es más pequeña, pues el edificio no estaba destinado a ser una prisión. El ambiente en todos los centros penitenciarios libaneses es opresivo e irrespirable. Los guardias no tienen medios para ejercer su profesión. Además, están desatendidos, el papel y los bolígrafos de los que disponen son los que les proporcionan las ONG.

En mi opinión, la prisión es un microcosmos de la sociedad; hay tanta pobreza fuera como dentro de ella y la inflación también la afecta. En este momento, el Ministerio del Interior está pidiendo a las ONG que les proporcionen ropa para los reclusos, ya que el alto precio de la gasolina impide a sus familiares visitarlos y llevarles lo que necesitan. Algunos reclusos tienen que pasar un mes entero con la misma ropa, lo que les está provocando enfermedades cutáneas.

Con la epidemia de COVID-19, las condiciones sanitarias no permiten intervenir en los centros penitenciarios. Proporcionamos ayuda por teléfono, estamos en contacto con los padres, con los abogados y con los jueces. Les enviamos los paquetes que los familiares no pueden llevar a las visitas. Somos más una ayuda social que un grupo de teatro o de terapia. Cuando la crisis sanitaria haya terminado, retomaremos los proyectos. Está claro que podemos entrar en la prisión, pero ¿quién va a escucharnos? Estamos en contacto con los que deciden, pero ¿cómo hacerlo si ya nadie se encarga de tomar decisiones? Hace falta ver qué sucede en las prisiones, hay que humanizar la vida dentro de ellas y abrirnos a este mundo que, en definitiva, también forma parte del nuestro.