Los vínculos entre las personas privadas de libertad y sus seres queridos tienden a deteriorarse a lo largo del encarcelamiento.
Esto se debe sobre todo a las grandes distancias que separan los establecimientos penitenciarios de los centros urbanos, así como a los horarios, los costes y las estrictas condiciones de las visitas. Las comunicaciones de los reclusos con sus familiares pueden llevarse a cabo en cubículos individuales o en salas colectivas, lo que supone, en este caso, una falta de privacidad. La duración varía entre veinte minutos y unas horas, y, en función del régimen de vida de los reclusos, pueden llevarse a cabo a través de un cristal de separación; un sistema bastante común, que dificulta las conversaciones e impide el contacto físico.
En países como Francia, España y Argentina, existen locales específicos para las visitas conyugales, a los que pueden acceder las personas que acrediten una relación duradera. En Rumania, los reclusos casados o con una pareja estable tienen derecho a recibir visitas conyugales de dos horas cada tres meses. En Bélgica, varios visitantes se han quejado de la insalubridad de las habitaciones y han declarado tener que soportar la reprobación del personal.
Las personas privadas de libertad a menudo se alojan en instalaciones ubicadas a cientos de kilómetros de distancia de su domicilio y de sus familiares, en lugares a los que no se puede acceder en transporte público. Este alejamiento provoca una disminución de las visitas, un aumento de los costes y un mayor riesgo de accidentes de tránsito.
Las mujeres privadas de libertad se encuentran más aisladas que los hombres. Algunas incluso cumplen toda su pena sin ver a sus familiares.
Los visitantes son objeto de controles para entrar en los recintos.
En España, la ley autoriza el desnudo integral durante los cacheos de los visitantes, en caso de que se sospeche la ocultación de objetos peligrosos o ilegales. Las personas que se niegan, no pueden ingresar al establecimiento. En algunos países, se llevan a cabo escáneres corporales, pero ciertos accesorios, como los botones de los pantalones, los cierres y las joyas, tienden a interferir con el sistema. Por esta razón, las mujeres prefieren usar prendas lo más sencillas posible (sudaderas, zapatillas deportivas, etc.) para evitar que se les impida ver a sus seres queridos. En Francia, por ejemplo, los aros metálicos de los sujetadores activan las alarmas de los sistemas de seguridad, y algunas mujeres se ven obligadas a quitárselos en las áreas comunes.
Los registros también se aplican a las personas privadas de libertad. Por ejemplo, después de cada visita se les realiza un cacheo integral, una práctica muy extendida, que, en teoría, debería realizarse en casos excepcionales.