ME CONDENARON A LA PENA CAPITAL por infanticidio.
En 2010, un policía vino a mi casa para arrestarme, sin darme ninguna explicación. Me hablaba en hassaniyya, idioma que no conozco; yo solo hablo pulaar. Permanecí dos horas en la estación de policía, no sabía que tenía derecho a un abogado. Me llevaron ante un juez tres días después del arresto. La audiencia duró solo algunos minutos e inmediatamente después me trasladaron a la cárcel de mujeres.
Las primeras semanas fueron muy difíciles, no tenía acceso a casi nada; los guardias nos insultaban.
Sin embargo, rápidamente me convertí en la jefe de patio, la representante de las mujeres, así que me respetaban un poco más.
Podía bañarme y lavar mi ropa. Solo pude ver al médico dos meses después de mi ingreso. En varias ocasiones tuvieron que trasladarme al hospital para realizar exámenes especializados. Mi hermano pudo visitarme cada dos o tres meses.
Aunque mi familia es pobre, logró reunir el dinero suficiente para pagarme un abogado, al que vi dos veces en prisión y que no se presentó el día del juicio. Mi familia tampoco pudo asistir al juicio, ya que el viaje es muy costoso.
El juez dictó sentencia: fui condenada a muerte. No pude entender la audiencia, ya que se llevó a cabo en hassaniyya, y no tenía intérprete. Un policía fulani me dijo que me habían condenado a la pena capital.
Después de realizar varias solicitudes a la presidencia de la República, fui indultada tras seis años de prisión… Por fin pude ver de nuevo a mis hijos.