Cuando decido quedarme en la cama, dentro del sombrío pabellón, el altavoz suele molestarme constantemente. De hecho, el recinto es demasiado grande como para que los llamados sean transmitidos de viva voz; por lo que se realizan a través de micrófonos y altavoces. Y como somos demasiados, el torrente de voz gangosa colma el ambiente, de por sí ruidoso todo el santo día, como la del almuecín loco anunciando una ristra de apellidos. Por ejemplo:
“¡Santosh Tamang Ji, Santosh Tamang Ji, Santosh Tamang Jiiii!“
“Ji” significa “señor”. “Ji” para los nepaleses, “señor” para los extranjeros. También se escuchan mensajes generales, pero el hecho de no comprender lo que el naike dice me permite esquivar una parte del lavado de cerebro. Sigo prefiriendo los gritos bestiales e inoportunos de Bhairahawa. Al menos eran humanos y animaban el ambiente. Aquí hay un ambiente sonoro agobiante.
No hay forma de evitarlo, los altavoces están colocados en cada rincón de la cárcel para poder escuchar todo al mismo volumen y en cada esquina.
Vuelvo al patio donde se está celebrando un apasionante partido de fútbol. Me siento en una tribuna para echar un ojo. Un llamado retumba en los altavoces, el partido se detiene, alguien recoge el balón y todos suspenden sus actividades, se levantan y se unen a la marea humana. Un recluso me hace señales de que la siga, cada uno se dirige a su dormitorio colectivo mientras el speaker continúa gritando.
“¡Number!¡Number!¡Number!”
De hecho, de regreso al pabellón 7, cada prisionero se dirige a su cama: es el number local.
Cuando se lanza el llamado, cada uno debe volver a su pabellón para que los saha naike procedan al conteo. Luego, los altavoces se silencian y nuestros tímpanos se alivian.
Debe de ser el kōṭhā kōṭhā. Vamos a estar encerrados en los dormitorios hasta mañana, me digo a mí mismo. Pero después de un cuarto de hora, los altavoces se ponen en marcha:
“¡Number, pugyo! ¡Number, pugyo! ¡Number, pugyo!”
Nos levantamos, volvemos a salir… Los sigo. Me imagino que el number debe de haber terminado.
Otros gritos retumban nuevamente:
“¡Oh number! ¡Oh number!”
“Es el number de las 19hs”, me informa Anatolii [^anatolii]. [un detenido ucraniano, NdlR]
“Pero si ya hubo uno… ¿cuántos hay?”
“El de las 16hs, a las 19hs y el de las 22hs, antes de acostarse. Luego está el toque de queda, en el que está prohibido reagruparse, pero en el que siempre se puede salir de manera individual para ir al WC, o para fumarse un pitillo.”
“Bueno, es hora de volver a nuestros pabellones.”
Mientras vuelvo al pabellón 7, los “¡Oh number! ¡Oh number!” llueven a mi alrededor. Como los altavoces se han apagado a las 18hs, el llamado de los dos últimos numbers de la jornada se realizan a la antigua.
La única norma que vale realmente son los numbers. La cárcel está abierta y se parece mucho más a un campo de prisioneros. Teniendo en cuenta que somos 1600 y que la coordinación entre policías y naike es mala, la organización del number es mucho más larga y pesada que en Bhairahawa, donde éramos una centena.
En el pabellón 7, el de las 19hs puede durar hasta unos cuarenta minutos en los que podemos hacer lo que queramos siempre y cuando nos quedemos en la cama: hablar, leer, escribir…
Es también en ese momento en el que, en cada pabellón, los saha naike pasan a dar consejos a los demás detenidos, como en Bhairahawa. Pero aquí, cuando los sub-naike entran al dormitorio, los detenidos interrumpen sus actividades, se mantienen en posición de loto y los saludan tan cortésmente que roza el límite de la adoración:
“¡Namaskāra! ¡Namaskāra! … ¡Namaskāra!”.
Namaskāra significa literalmente “saludo al dios que está en vosotros”.
Pero de manera más simple, podríamos traducirlo como Namastē para “hola” y Namaskāra, más pomposo, para decir “buenos días”. Los detenidos unen gesto y palabra colocando las dos manos bajo el mentón, como si rezaran el namaskāra mudrā, como señal de devoción hacia los prebostes. Los nepaleses son bastante obedientes.
Como extranjero, me siento exonerado de esta humillante proskínesis. Cuando los saha naike pasan, yo simplemente debo erguirme sobre el catre para manifestarles una mínima cuota de respeto.
El balido de los “Namaskāra” y estas reverencias exageradas son ridículas más que nada porque los sub-naike están doblados en dos a causa del bajo techo del pabellón 7. Desfilan delante de nosotros en esa posición ridícula, golpeándose a veces contra las vigas metálicas mientras que nosotros estamos sentados cómodamente en los colchones.*
Para el number de las 22hs hay que regresar a la cama. Cuando nuestra noche comienza, los saha naike pasan para contarnos. Unos instantes después de acabar, ya podemos salir. No hay puertas, ni rejas, y las entradas de los pabellones están abiertas las 24hs. Vamos y venimos.
[^anatolii]:un detenido ucraniano.