Por supuesto, esta restricción es muchísimo más ligera que el régimen carcelario, pero hay dos respuestas a la pregunta fundamental de Spinoza “¿sabemos lo que puede un cuerpo?” y a la cuestión simétrica aquello que la sociedad puede imponer a un cuerpo, ya sea como castigo o como medida disciplinaria. Si una plataforma internacional de ventas en línea se volvió conocida por no dar tiempo a sus empleados para ir al baño, es porque hay algo en nuestras estructuras sociales, legales y culturales a nivel mundial que obliga a nuestros cuerpos a vestirse de cierta manera, a moverse dentro de ciertos ámbitos. Nuestra libertad de desplazamiento no se detiene solo donde comienza la de los demás, se detiene en los patios de las propiedades, las áreas exclusivas y las convenciones sociales. El estacionamiento está reservado para los clientes; por favor, no camine por la ciclovía.
“Parque cerrado […] es una nimiedad, pero por mi reacción parece una calamidad” murmura Benjamin Biolay en una de sus canciones más recientes; “reja cerrada, ya no sé a dónde ir, estoy desamparada” le responde Adelaide Chabannes de Balsac en otro verso. Henos aquí, escribiendo canciones populares sobre el desconcierto que esta ciudad despierta y cómo damos tumbos a través de ella. Es la época de las ciudades receptoras, ciudades apacibles, con vegetación, al alcance de los niños, acogedoras. Sin embargo, detrás de este barniz de virtudes edulcoradas, la ciudad se cierra silenciosamente a nuestro alrededor. Es la versión opuesta de The Truman Show, donde Jim Carrey nunca podía abandonar la ciudad ficticia que servía de escenario a una vida que solo él no sabía que era falsa. Para nosotros, es cada vez más difícil acceder a esta ciudad llena de ventilación enrejada y satisfacción desinfectada.
No obstante, es difícil pensar en estas restricciones precisamente cuando el confinamiento desaparece, cuando el castigo invisible se desarrolla en una vivienda (lo cual también es un derecho fundamental), cuando las instituciones de reclusión se reubican lejos de la ciudad en favor de las restricciones de circulación y de la interiorización de estas restricciones por parte de los propios individuos.
Esta interiorización del hermetismo de las ciudades adopta muchas formas y afecta incluso a los movimientos más progresistas. La Vélorution 2021 de Lyon no busca solo la posibilidad de desplazarse en bicicleta, sino que pide la exclusión de los demás medios de transporte, haciendo uso de una semántica belicosa y de confrontación que parece salida del movimiento identitario: “Recuperemos nuestros territorios”. ¿Recuperarlos de quién? ¿Quiénes son los invasores? ¿A quién pertenece ese territorio? No hay una respuesta precisa, pero lo que sí queda claro es que no todo es para todos.
No todo el mundo puede ser Michel Foucault. Es muy difícil describir esta evolución histórica de la relación con el cuerpo, un cuerpo en el que las dinámicas institucionales no parecen ser voluntarias, sino producto de una evolución tectónica que exige el sellado de los espacios sociales. No se trata de imaginar escuelas donde todos puedan entrar y salir cuando quieran, pero la guerra territorial entre la propiedad del título (los copropietarios de la residencia) y la propiedad del uso (los jóvenes en el vestíbulo del edificio) no puede resolverse con la victoria de una de las partes sobre la otra.
Una ciudad no se puede dividir en elementos impermeables entre sí, pues es un sistema basado en interacciones.
Como en una pintura de Manet, el color de los objetos está influenciado por los otros objetos que lo rodean. Renzo Piano, el arquitecto que diseñó el Centro Pompidou, dijo que una ciudad es el lugar donde la iglesia está al lado del burdel. Una ciudad es el lugar donde el amanecer reúne a los últimos fiesteros con los madrugadores del primer turno, donde las escuelas y los edificios administrativos podrían abrir los fines de semana para tener otros usos. Quizás también, el lugar donde los que caminan al aire libre escuchan los gritos de los que están privados de la libertad. El lugar donde los que encontraron refugio escuchan el llamado de los que se quedaron afuera. Una ciudad es el lugar donde siempre debemos reconsiderar el tema de las restricciones lenta y cautelosamente.
El abad Pierre pidió que en cada comunidad de Emaús haya siempre una ventana rota para, siempre, poder escuchar el grito de aquellos que están del otro lado.