Daniel Palmieri. Primero que todo, aprendemos que el cautiverio durante la Primera Guerra Mundial fue un fenómeno masivo, ya que nunca antes se había detenido a tantas personas de manera simultánea. Esta masificación fue uno de los tantos problemas de los Estados detenedores ─que eran responsables de una cantidad increíble de prisioneros─, pero también de los Estados de origen de los cautivos, que, por su parte, debían hacer frente a la opinión pública, que se preocupaba por la situación de sus parientes, y que, además, estaba en medio de una intensa propaganda y de noticias falsas relativas a la situación de los militares detenidos.
Nadie estaba preparado para este tipo de situación, pues se creía que la guerra no duraría mucho tiempo y que los prisioneros serían liberados rápidamente. Los países tuvieron que adaptarse a las circunstancias de una guerra prolongada, en la que, por años, tuvieron que alojar, alimentar, curar y vigilar a millones de reclusos. En ese entonces, esto resultaba aún más difícil, ya que el derecho humanitario internacional para los prisioneros de guerra, vigente en aquella época (Las convenciones de la Haya de 1899 y 1907), era deficiente y no abordaba los diferentes problemas relativos a un largo periodo de cautiverio. Por otra parte, los prisioneros se convirtieron rápidamente en un instrumento dentro de la guerra de propaganda a la que se libraron entre sí los beligerantes y, ante la amenaza de represalias del campo adverso ─ciertas o imaginarias─ eran sometidos a castigos.
Para resolver estas lagunas del derecho internacional, el CICR recomendó a los Estados que acordaran medidas de reciprocidad para sus prisioneros. Como resultado, se fijaron acuerdos bilaterales sobre las condiciones de vida de los reclusos (con cierto grado de detalle) durante el periodo que durara la guerra.