Prisiones rusas: el retroceso

Desde 2016, la comisión de supervisión pública perdió toda legitimidad. Los activistas, incluida Zoïa Svetova, fueron expulsados de estas comisiones y remplazados por personas cercanas al gobierno. Creado en 2008, el único organismo ruso independiente daba a los defensores de los derechos humanos la oportunidad de visitar las cárceles. La oportunidad ideal para informar sobre las insalubres e inhumanas condiciones de detención y recopilar testimonios de los reclusos. Ahora son militares retirados o oficiales de inteligencia que ocupan estos puestos. Uno de ellos, Dmitry Komnov, ex director de la sórdida prisión de Butyrka, es el jefe de la comisión de Moscú. El uso de la tortura, la falta de asistencia médica o los problemas con la comida pueden continuar con impunidad.

Lo que más marcó a la periodista rusa durante sus visitas en prisión fue la falta de asistencia médica.

“Para algunos, la muerte en prisión se vuelve inevitable, porque los pacientes no benefician de asistencia médica.”
Menciona el caso de Serguei Magntiski, detenido arbitrariamente en noviembre de 2008, cuya muerte causo revuelo en la prensa internacional y fue denunciada por organizaciones de derechos humanos. En su novela documental publicada en 2012, Los Inocentes serán culpables, publicó un informe de Sergei Magnitsky dirigido al fiscal de la Federación Rusa.

El abogado describe el calvario que es su enfermedad: poco después de su encarcelamiento, los médicos le diagnosticaron una inflamación del páncreas y los riñones, un síndrome que nunca había padecido antes de su detención preventiva.

En la prisión de Moscú, los médicos prescriben el tratamiento necesario. Evocan una cirugía próxima. Cuando se le transfiere a la prisión de Butyrka, conocida como aterradora, la asistencia médica desaparece. Ningún doctor se hace cargo de su archivo. A pesar de sus muchas solicitudes por escrito, Serguei Magnitsky no recibe ningún tratamiento prescrito. “Será para cuando te liberen, aquí nadie tiene la obligación de suministrarte ese tratamiento”, dice uno de sus verdugos, durante una enésima cita en la que el abogado intenta en vano hacer valer sus derechos. Sin asistencia médica, Serguei Magnitsky murió el 16 de noviembre de 2009, menos de un año después de su encarcelamiento.

En 2017 había alrededor de 600 000 personas en las prisiones rusas. Algunas son víctimas de condenas injustas. “El gobierno se sirve del encarcelamiento con mucha facilidad”, dijo. “Los tribunales no son lugares donde se hace justicia de manera equilibrada e imparcial. Son más que nunca instrumentos utilizados para reprimir a los que piensan de otra manera, y, más ampliamente, a todos aquellos a quienes el poder considera enemigos. (…) Los jueces también son injustos con los ciudadanos comunes que no son opositores ni disidentes.¹

Además del desmantelamiento del sistema judicial ruso, estas decisiones arbitrarias contribuyen a empeorar las condiciones en la prisión. Esto conduce a la sobrepoblación y a problemas de nutrición.

Si el número de condenas disminuye, es nada más porque se juega con las estadísticas. Según el Instituto de Investigación de Política Criminal de la Universidad de Birkbeck, el número de prisioneros disminuyó de un millón de reclusos en 2000, a 646 000 en 2016. Un progreso de los derechos humanos a primera vista, aunque la realidad es que el número de reclusos no ha disminuido en los últimos 15 años. Las cifras hacen referencia solo a una parte de la situación y no toman en cuenta todos los establecimientos penitenciarios.

“Las estadísticas solo incluyen las colonias y prisiones oficiales, pero no las llamadas cárceles alternativas donde también hay confinamiento y trabajo obligatorio”, dice Svetova.

Según la activista y periodista, una de cada tres personas ha sido encarcelada al menos una vez en su vida. En Rusia, la prisión no es producto de la imaginación, sino más bien de lo vivido.