Este reportaje (autofinanciado desde el 2011), que se ha realizado dentro de una decena de establecimientos penitenciarios, es la continuación de un estudio de varios años dedicado a la policía belga y a su trabajo de campo. El objetivo de PRISONS es abrir la mirada sobre las personas detenidas y sacar a la luz las carencias de un sistema judicial y carcelario obsoleto, pero que aún hace parte del país que me ha enseñado los ideales de justicia y de humanidad.
¿Por qué cerramos los ojos ante los destinos fracturados?, ¿ante las personas cuyos destinos han sido fracturados?
Estas imágenes ponen al descubierto estas fracturas y revelan el tributo que se rinde a un modelo social que exacerba las tensiones, la agresividad, el fracaso, el exceso, la locura, la fe, la pasión y la pobreza.
Estas imágenes exponen la dificultad de controlar y contener todo lo que se sale de la norma, una norma que se define progresivamente en colores retocados por la uniformización, la web y la tele realidad. Cada vez más lejos de la vida, de nuestra vida: aprisionada también en el espacio idílico pero confinado de nuestras pantallas.
Sin embargo, lo que se cuestiona aquí no es la necesidad de aislar e imponer reglas a los infractores: mis imágenes pretenden denunciar los muros arcaicos y opacos que se han alzado alrededor de estos hombres y mujeres; estos muros dentro de los que poco a poco se marchita su parte humana, oculta bajo el delito o la locura.
Este reportaje tiene por objeto mostrar la angustia que genera la privación de libertad y de relaciones debido al confinamiento en las celdas (como en una novela gótica o película de terror) y al fracaso; el fracaso del fallido intento de evasión en las drogas o en las relaciones malsanas.
Esos rostros, amenazadores, descompuestos, víctimas y espejos de las pasiones que nacen en nuestros teatros urbanos, son nuestra parte de sombra. Una sombra aterradora, pero a la vez reconfortante ante el vacío de un exilio que permite el olvido, la ignorancia y la autosatisfacción.
El principio de la realidad no se somete ni al olvido ni a la negación. En el encierro de las prisiones se imponen los gritos de odio, de rabia o de desespero que se mezclan a los portazos de acero de las celdas superpobladas; se da luz a unos niños encerrados en jaulas malsanas, en medio de lugares rodeados de alambradas; se alimenta la violencia, se favorece el maltrato sicológico, el abuso de poder, el tráfico y la corrupción, y se da un lugar privilegiado, sin duda más que al exterior, al poder del dinero.
En prisión, los principios de privación y de castigo se exacerban: privación de contacto con la familia, privación de apoyo moral y afectivo, privación de patio, aislamiento extremo en “agujeros” de seis metros cuadrados, cuyos muros ciegos están impregnados con el hedor de los excrementos.
Para contener la inflación de esta violencia, la explosión de estas tensiones, el Estado les ofrece un trabajo fijo por un salario medio…
Para los agentes penitenciarios: la seguridad de un trabajo pesado y desconsiderado, en ocasiones peligroso, y a menudo lejos de su domicilio, por un salario mensual sin duda insuficiente para prevenir la corrupción.
Para los enseñantes: ¿Cuáles son las esperanzas de que estas personas se rehabiliten una vez cumplida su deuda con la sociedad, si llevan el crimen bajo la piel?
Para los sicólogos: la seguridad de la impotencia frente a un medio patógeno, a pacientes refractarios, mentalmente deficientes o dementes, a una administración necrosada. La conclusión a la que llegó una de las sicólogas que ejercía en un establecimiento de defensa social (prisión destinada a los presos considerados no responsables de sus actos) es edificante: “este es el fondo de la cesta. No hay nada más bajo en la escala social, es el fin del camino para muchos”. Por supuesto, aún quedan los medicamentos o la posibilidad de alquilar consolas de juego; la adicción y el infantilismo a guisa de auxiliares penitenciarios.
Para poder acceder a estos humanos, fueron necesarios ocho meses de investigaciones y de solicitudes enviadas a una administración timorata, pero bien decidida a que se difundan las imágenes que reflejan la realidad, y no las notas de intención o los proyectos ministeriales. Esta realidad tan sórdida, que socava la noción de ser humano, no por el cuestionamiento que plantea el delito en sí mismo, sino por la respuesta que la sociedad y el sistema judicial aportan mediante su modalidad de sanción.
Sebastien Van Malleghem