Estoy acusado de atentado contra la seguridad del Estado. Diecinueve años después de los hechos que se me imputan, todavía no ha habido ni juicio ni investigación. Mientras tanto, diez de los otros acusados han muerto ya en prisión y muchos otros están enfermos. La prisión de Makala, situada en Kinshasa, fue construida en 1954 y tiene una capacidad para 1200 personas. Sin embargo, ahora mismo somos aproximadamente 10 000. Hay pabellones de 30 m2 donde viven hasta 80 reclusos, sin agua, ventilación, medicinas ni comida; tuberculosis, lepra, úlceras, infecciones cutáneas y urinarias, hepatitis y accidentes cerebrovasculares son parte integrante de la vida cotidiana.
Yo vivo en un cuarto estándar que, en un principio, estaba vacío, pero que me autorizaron a amueblar. De 2001 a 2003, estuve en aislamiento, antes de que pudieran visitarme mis abogados. Durante tres años, los encargados de mi vigilancia eran militares de Zimbabue, una potencia extranjera. Pensaban que, como era jefe militar, podía influenciar a todo el ejército congoleño y, que, por lo tanto, mientras estuviéramos en territorio congolés, no serían capaces de negarme nada. A continuación, reemplazaron a la guardia extranjera por miembros del ejército congoleño. Ellos me respetan. Yo también les respeto y cumplo las normas del ejército.
La prisión abre a las 7:00 y cierra a las 17:30. Todos los días, por la mañana, los reclusos pueden rezar hasta las 10:00 y hacer deporte libremente. A las 15:00 hay que prepararse para volver a los pabellones antes del cierre.
La prisión es un terreno particular para la experiencia humana, en ella conviven todas las hostilidades. Es el lugar donde cohabitan culpables e inocentes y, por lo tanto, donde uno puede volverse loco o aguantar. El día a día de los reclusos incluye todo tipo de torturas, humillaciones, hambre, enfermedad, privaciones. Me lo han quitado todo: mis posesiones, a mi esposa, a mi bebé de pocas semanas, a mi cuñado y al pastor de la familia. A todos los han metido en prisión y torturado. Cuando falleció mi madre, no me permitieron ir a su funeral.
Durante casi dos años, tuve la cabeza encapuchada, los pies encadenados y las manos esposadas. Durante un año dormí directamente en el suelo, sin cama ni sábanas.
Hacíamos nuestras necesidades en bolsas de plástico que teníamos que guardar hasta la mañana siguiente, cuando por fin podíamos vaciarlas en los baños. Solo me podía lavar una vez a la semana, sin jabón, y durante cuatro minutos contados.
La base de la alimentación es una mezcla de judías y maíz llamada «vungure», cocida en malas condiciones. Es la única comida cotidiana de los reclusos quienes, además, tienen que sufragar los gastos de alimentación.
Tuve que esperar unos diez años antes de poder recibir la visita de un familiar.
Cuando estamos enfermos, los gastos de transporte al hospital incluyen la prima de vigilancia de los agentes encargados de la escolta. En la República Democrática del Congo, la prisión es la reserva financiera de magistrados y jueces; cada uno tiene sus causas. Pueden pasar años para que avance la instrucción de tu caso y, para que eso ocurra, a menudo hay que sobornar al magistrado que la lleva. Los gastos de los trámites administrativos están a cargo de los reclusos: tanto la visita como las solicitudes de sustitución de penas son de pago.