DB. Ya sea en hospitales, en el ejército o en prisión, la función del capellán es permitir que las personas que no pueden moverse libremente puedan practicar su religión. En la prisión, a nivel práctico, se podría decir que el papel del capellán depende de su estatus oficial y de las condiciones económicas del lugar en el que se encuentre. Cuanto más pobre sea el contexto, mayor será la expectativa de que el capellán proporcione ayuda material. Por ejemplo, en algunos países africanos, la alimentación constituye un problema para los guardias y aún más para los reclusos… En cambio, en los países en los que los capellanes forman parte del personal de prisión, pueden formar parte de algunas comisiones penitenciarias y dirigir varios equipos: no solo los servicios religiosos, sino también los equipos de voluntarios que intervienen en temas más allá de la instrucción religiosa, como el acompañamiento durante el duelo, talleres de alfabetización o de justicia restaurativa.
No obstante, el trabajo principal del capellán consiste en el aporte espiritual, cuya forma varía en función del culto. Para los musulmanes, la oración colectiva sigue siendo el aspecto más importante. Para los judíos, el capellán se asegura especialmente de que el recluso pueda disponer de comida Kosher para cumplir con su práctica religiosa. Para los cristianos, además de las celebraciones colectivas, hay una parte importante dedicada a la escucha.
Sea cual sea el culto, el servicio religioso marca una especie de tregua en la vida en prisión. Los participantes se olvidan durante un rato de los barrotes para mirar más allá. A los reclusos que no se prestan atención entre sí, les une la misma convicción.
Dependiendo de la prisión, los guardias pueden ausentarse, estar presentes cumpliendo su función de trabajadores o, a veces, ser participantes. Pero hay que ser realistas: durante los momentos de culto también hay tráfico, peleas, o cosas peores. En 1990, en la prisión de Strangeways de Reino Unido, un gran motín, que duró 25 días, comenzó en la capilla. Pero, en general, todo el mundo suele respetar el momento y el acto religioso.
El capellán suele tener acceso a todas las instalaciones de la prisión, incluyendo las celdas, para hablar a solas con los reclusos. Muchos de estos encuentros son aparentemente banales: tomar un café, hablar del tiempo, comentar las noticias…
El recluso se reúne con “otra persona” que no es ni un compañero de prisión, ni un trabajador social, ni un agente penitenciario, ni un juez… y la presencia de este “otro” le ayuda a reencontrarse consigo mismo.
A medida que estas charlas se hacen más frecuentes, se crea un clima de confianza que les permite discutir temas más profundos, por lo que el capellán puede ayudar al recluso en su encuentro con el “Otro” trascendente. Se dice que somos “pequeños portadores de esperanza” y, para mí, eso resume muy bien nuestro papel.