En las prisiones de construcción moderna, como Lyon-Corbas, hay gimnasios accesibles para seis reclusos al mismo tiempo. A veces hay actividades, una sala de informática para hacer cursos básicos, una biblioteca también accesible para seis reclusos. Pero las actividades pueden tanto realizarse, como no: se dice que son a discreción del responsable del centro. Las salidas están limitadas. Se nos hace sentir que somos reclusos.
Yo por mi parte estaba «protegido», por lo que se me pasaban los días muy rápido entre semana. La espera se había convertido en el día a día. Empecé como auxiliar, distribuía comidas en el piso de arriba, limpiaba, vaciaba los contenedores de los reclusos. Luego, pasé a ser auxiliar en el sótano, lo que significaba limpiar las salas de actividades, el gimnasio, así como la oficina del jefe, además de poder pasear durante las horas en que los reclusos no tenían derecho. Este puesto me permitió ganarme la confianza del responsable del edificio, para luego ser ascendido como bibliotecario y poder así «navegar» tranquilamente de un edificio a otro.
El fin de semana era diferente, no hay ninguna actividad aparte de los paseos.> Es entonces cuando nos sentimos encerrados. Tienes que aceptar y decirte a ti mismo que la puerta se acaba abriendo para todos.
El tiempo pasa rápido en invierno, pero menos en verano. Los días son más largos y hay que aguantar el calor. En Corbas, las celdas tienen ducha, es mucho mejor el verano, aunque haya que bajar la temperatura del agua porque no se puede ajustar dentro de la celda, de eso se encarga el servicio de mantenimiento gestionado por el grupo Eiffage.