Suele suceder, que la vida y lo vivido, nos impregna el alma. Entonces con urgencia y sin nada de trampas, será mejor drenarla. Eso me pasa, y también a usted. Qué digo, qué tanto y con qué palabras; pienso y acto seguido una mano, noble cómplice –la mía- empuña un lapicero y sobre el papel empieza un testimonio, que es más una confesión. Entonces de mi espíritu se fugan ideas locas, incoherentes, que luego se ordenan como por obra de un extraño arte de magia.
De estos años y lo que vivo. Son nueve años, en esta casa que no es la mía; pero me habita y también yo la habito. Haciendo una familia (que ha sido la mía) entre amigos casuales que emergen del infortunio: vivir en esta casa que no es la de nadie, solo somos habitantes temporales. Cuento ya medio siglo y el balance de mis batallas ganadas y lo que he perdido.
Del olvido. Tal vez un día nos sorprenda, para recordamos que también existe. Y nos acompañe puede ser un rato, puede ser por siempre. A lo mejor un día el olvido llegue como corazonada, como sentimiento o mala pasada. De pronto se instala en el alma para abrir heridas o para sanarlas.
De mis recuerdos. Después de muchos años me invaden los recuerdos de mi madre, partiendo para siempre de mí. Yo, muy pequeño, viendo como te ibas y sin poder evitar ese abrupto y cruel designio, que solo recupero en mis recuerdos. Y ahí también el de mi hermano, quien murió sin mi último abrazo y me dejo sin el de él.
De lo que espero. El abrazo fuerte y seguro de mi familia y los que me quieren. El florecer de la esperanza para mi patria y que a cada uno de muchos nos toque un pedacito. Quiero al levantarme, ser sorprendido cada día. No tener más predestinación que lo que viene y como viene.
De nuevo mi palabra habla del tiempo. Tiempo que espera y viaja. De nuevo mi voz es tiempo. Dejaré al tiempo lo vivido, lo que falta y mis silencios.