Nunca antes oculté mi aprensión. Aprensión antes de comenzar una nueva creación, esa familiar sensación de esta gran hoja en blanco que aterroriza, paraliza, que habita las noches y las hace terriblemente cortas. Aprensión también de encontrarme con esos hombres. ¿Qué tendremos en común? Una visión del mundo, un idioma, todo podía separarnos. ¿Cómo situarme ante estos pícaros sin fe ni ley, yo, enclenque hombre de teatro, sin más que vientos y sueños en mis alforjas?
Y el encuentro ocurrió. Sin esfuerzos. Sin dolor. Sin trucos. Sin seducción. Sin nada que probar. Todos pusimos las cartas sobre la mesa, sin máscaras ni trucos. Y los mundos que nos separaban se acercaron. Y los miedos se disiparon. Y las sonrisas aparecieron. Y las risas. Y luego teníamos citas. En el plató, en la mesa, en el aperitivo. Los rituales. Los puntos de referencia. Y el placer en cada etapa.
Rara vez las cosas fueron tan simples, la gente sobre todo. Las aprensiones del comienzo desaparecieron rápidamente como la bruma matinal antes de la llegada de los primeros rayos de sol.
Trabajamos, poco. Tres semanas. Nada, un chiste.
Recuerdo el día que comprendí que no tenía nada que enseñarles acerca de la presencia. Fue en Lyon, en el caluroso plató des Subsistances. Ellos estaban allí, y de repente, no tenían la intención de cambiar de lugar.
Me acuerdo del día, era el último de la semana, que supe cómo sucederían las cosas en el plató. Una evidencia. La preocupación, es cuando esta evidencia tarda un poco en llegar…
Y luego estaba la mesa. Tan importante como el resto o incluso más.
En Lyon comíamos una excelente comida preparada por un restaurante vecino. Todo era delicioso, y comíamos con apetito de ogro. Eran los primeros días, estábamos en el entusiasmo del descubrimiento y la iluminación.
En Camarga, segunda semana de ensayo. Era Paulette quien venía todos los días con sus recipientes. Ella nos preparaba cuidadosamente sabrosos platos cocinados con amor. Productos del mercado, postres amorosos y sorpresas del día. Después de las palabras dichas, las palabras dulces. Una boca que da y que recibe. Nosotros estábamos, creo, en un momento de equilibrio, de apaciguamiento. Menos cantidad, más placer en el momento.
En Marsella, recta final. Cenábamos juntos en el teatro. Sala triste con una iluminación triste. Cena exótica preparada por un restaurante comunitario que nos deleitó con platos kurdos, bereberes y otros…Comíamos con placer, pero la cuenta regresiva había comenzado y teníamos una cita. Una austeridad apacible, una concentración tranquila.
Las comidas cuentan. El plato da a entender.
Testimonio de Didier Ruiz para Prison Insider
París 7 de junio de 2016.