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Una tragedia ignorada
idier Fassin, antropólogo, sociólogo y médico, inaugura el primer artículo editorial que Prison Insider ha querido confiar a un rostro conocido para que nos explique su opinión.
AUNQUE NO ESTÁ DESCARTADO QUE sean fruto de una desafortunada coincidencia, las seis muertes, de las cuales cuatro son suicidios 1, producidas en menos de un mes en el centro penitenciario de Fleury-Mérogis hacen cuestionarse sobre la manera de castigar en Francia.
Nuestro país tiene, después de Eslovenia, la tasa media de suicidio en medios carcelarios más elevada de Europa: un 50% superior a la de Alemania e Inglaterra, el doble de la de Italia y Portugal y el triple de la de España y Suecia. Además, desde hace un poco más de medio siglo, esta tasa está experimentando un fuerte aumento: era diez veces más baja al día siguiente de terminada la Segunda Guerra Mundial y no dejó de aumentar hasta finales de 1990, conociendo más tarde un descenso. Cada año, hay un centenar de personas que mueren tras atentar contra su vida.
Mientras hablaba con un director de prisión sobre este problema, él me respondió que al contrario de lo que piensa la gente, no hay más suicidios en prisión que en el exterior. Se equivocaba. La tasa media de suicidio carcelario es siete veces más elevada que la tasa de suicidio de la población masculina en general.
¿Cómo comprender esta situación? Las causas son múltiples, pero para entenderlas, debemos primero tratar de responder a dos preguntas: ¿A quién se castiga?, y ¿cómo se castiga? La primera nos redirige a la política penal, la segunda a la política penitenciaria.
Ante todo, hay que recordar que el aumento de la tasa de suicidio ha acompañado, a un ritmo marcadamente más elevado, al crecimiento de la población carcelaria, que no está vinculado a una mayor tasa de criminalidad. Cuando se encierra a más personas, se encierra más por infracciones menores, como conducir tras la suspensión del permiso, y, como consecuencia, se detiene a aquellos para quienes el choque debido al encarcelamiento es más fuerte. Este es el caso de las personas psicológicamente frágiles, que incluso pueden presentar problemas psiquiátricos. En este sentido, más de un tercio de los prisioneros padecen problemas mentales, uno de cada tres siendo un caso grave. Por otra parte, hay que remarcar que los preventivos se suicidan dos veces más que los condenados. Las personas a la espera de juicio, y por lo tanto presuntamente inocentes, representan más de un cuarto de las personas detenidas.
Las condiciones de vida en prisión generan frustración y sufrimiento que pueden derivar en una angustia extrema, surgida a raíz de un altercado con un vigilante, un permiso de salida no concedido o, incluso, una patología dolorosa para la que no se ha suministrado ningún tratamiento. Ciertamente, después de más de una década se han implementado programas de prevención. Estos consisten en una detección, a la entrada y durante la detención, de factores de riesgo de suicidio, además de una vigilancia especial, la cual se realiza a través de visitas regulares, incluso nocturnas, que al final terminan provocando un aumento del insomnio y la angustia. Empero, las causas de estos pasos al acto, vinculadas a múltiples privaciones e injusticias, no se toman en cuenta. Para empezar, un hecho significativo es el traslado a una celda disciplinaria, donde la probabilidad de suicidio se multiplica por quince con respecto a una celda ordinaria. Y, sin embargo, es la sanción que las comisiones disciplinarias aplican con más frecuencia.
La muerte en prisión ─que en la mitad de los casos se trata de un suicidio─ es una tragedia ignorada por la población general y el Gobierno, a pesar de ser una realidad que debería inducir a cuestionarse sobre la justificación de las penas y la forma en la que se ejecutan.
Poco después de terminar mi investigación en una cárcel, me enteré de que un hombre joven, que sufría problemas psicológicos y había sido autor de un delito menor, había sido condenado a una pena corta durante la que se disputó con otro recluso. Encerrado en una celda disciplinaria, y en un acto de desesperación, le prendió fuego a su celda. Esto le causó quemaduras de tercer grado en gran parte de su cuerpo, por las que murió algunas semanas más tarde en el hospital. En un gesto absurdo que parecía subrayar la desproporción entre la infracción cometida y el final fatal, el juez había ordenado su liberación justo antes de su fallecimiento.
Traducido por Alazne Carro
El 25 de abril de 2018, nos enteramos de que una persona adicional se suicidó en la prisión de Fleury-Mérogis, lo que elevó a cinco el número de suicidios. ↩
Didier Fassin
Antropólogo, sociólogo y médico
Didier Fassin es profesor en el Institute for Advanced Study de Princeton y en la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París. Después de haber conducido investigaciones sobre la salud y lo humanitario en África subsahariana y América Latina, realizó exhaustivas investigaciones sobre la policía, la justicia y la prisión en Francia, tal y como reflejan sus libros recientemente publicados:
- La Fuerza del Orden. Una antropología de la policía de los barrios;
- Juzgar, reprimir y acompañar. Ensayo sobre la moral de las instituciones;
- La Sombra del Mundo. Una antropología de la condición carcelaria;
-
Castigar. Una pasión contemporánea;
todos publicados en Seuil.
Didier Fassin recibió la medalla de oro en Antropología otorgada por la Academia Real de las Ciencias de Suecia, así como el premio internacional de Nomis Distinguished Scientist. Es presidente del Comité para la salud de los exiliados y miembro del Consejo científico de Control general de los lugares de privación de la libertad.