“Un montón de piedras deja de ser simplemente un montón de piedras, en el momento en que un solo hombre las contempla dibujando dentro de sí la imagen de una catedral”.
— Antoine de Saint-Exupéry.* Piloto de guerra*, 1942.¶
Estimada Laurence:
Fue verdaderamente un gusto inmenso recibir tu carta del pasado 11 de noviembre, con una copia de aquella del 1 de octubre, que no había recibido. Durante todo ese tiempo que nos separó epistolarmente, yo seguí escribiendo (…)
Ante todo, quiero decirte, Laurence, que si lo consideras útil, puedes publicar en Prison Insider todas las cartas que te envíe. A mi parecer, esta es la única manera de dar un poco de relevancia a mi historia, una historia que representa el testimonio vivo del aspecto ilógico y contradictorio de una ley. Me refiero a la ley que conlleva la “perpetuidad real”, pero también a su adaptación, cuya única condición es que el penado colabore con la justicia, una colaboración que se vuelve inútil e imposible cuando todos los hechos imputados se establecen durante el curso del proceso judicial.
Sin embargo, si por razones morales o para proteger a su familia, el recluso elige no colaborar, significa que tendrá que renunciar a la posibilidad de recuperar su libertad algún día, pues nunca podrá beneficiar de medidas alternativas al encarcelamiento ni tampoco de una libertad condicional. Para este recluso, la pena será entonces verdaderamente perpetua, es decir hasta su muerte.
Las razones para rechazar este chantaje son infinitas. Basta con evaluar los riesgos para su propia seguridad y, sobre todo, para la de sus familiares. La Corte Constitucional llegó a conclusiones análogas, en 1993, al precisar que “la falta de colaboración no puede estimarse como un índice de peligrosidad específica, ya que puede resultar tanto de una imposibilidad, no voluntaria, de cooperar, como de ciertas consideraciones que no podrían reprobarse, como por ejemplo, la exposición a graves peligros del recluso o de sus familiares que pueden derivarse de dicha colaboración. (Fallo n° 306/1993)”.
Si bien el concepto de «chantaje» puede refutarse, no nos podemos rendir ante la evidencia. La vida de un ser humano y sus allegados no debe exponerse a riesgos [^art. 52].
No hay que olvidar que el Estado tiene el derecho de investigar los hechos delictivos, pero ante todo, debe respetar y proteger la vida de terceros, de personas inocentes. La colaboración se hace imposible si los riesgos para la seguridad y la vida del recluso son muy elevados.
Para mí, y algunos eminentes juristas italianos, este «chantaje» no permite que haya una “reeducación”. La puerta de salida que propone la ley es totalmente contraria al artículo 27 de la Constitución.
Estoy de acuerdo en mantener una correspondencia regular, un texto por mes, para publicarla en el sitio web. En estos textos podré contar mi vida, la vida de la prisión, una vida marcada por un tiempo infinito, una pena sin fin “fine pena mai” que una persona como yo vive en su propio cuerpo y mente, a pesar de haber expiado su culpa sin interrupción durante 25 años. Solo una persona sin sentimientos ni humanidad sería incapaz de entender la insensatez de esta “fine pena mai” que dura para siempre, un tiempo de prisión eterno que solo te conduce a… la muerte.
Gracias por dar a conocer al mundo mis palabras, mi historia, mi vida, que no es más que la real y concreta contradicción de una ley inicua e irrazonable. La colaboración con la justicia, con el fin de obtener ventajas durante la ejecución de la pena no es ninguna muestra concreta de arrepentimiento, es más bien todo lo contrario; el recluso colabora por motivos oportunistas y no para demostrar un verdadero arrepentimiento.
Para ser preciso, con la introducción del artículo 4bis de la ley penitenciaria, el legislador quiso dar valor a la colaboración con la justicia como índice de contrición. Pues bien, yo soy la prueba viviente de la contrición y no por motivos utilitarios ni para obtener ciertas ventajas, sino por el deseo de vivir una nueva vida que ponga fin a un pasado nefasto, de resucitar como “un fénix” y convertirme en una persona mejor.
De esta manera concluyo mi carta y me disculpo si he sido muy prolijo, o peor aún, aburrido.
Te envío un caluroso saludo y un fuerte apretón de manos.
Marcello.
— Publicado 22 marzo 2017.¶