FLM. Fui una de las personas a las que se les consultó para la intervención en la prisión de Conakry. Yo propuse aprovechar el dinero liberado para construir un centro para los enfermos de tuberculosis (CAT), como el que existe en la prisión de máxima seguridad de Abiyán (MACA). En Conakry, había solo una celda al fondo de un pasillo, en el que se colgó una cuerda para que la gente no pasara: en otras palabras, no había aislamiento. Pero esta vez no sucedió lo mismo; se construyeron tiendas de campaña, climatizadas, de modo que las condiciones de vida de los reclusos con “Covid-19” son mejores que las de los demás. Además, se les suministra una mejor alimentación, ya que como en el caso de los enfermos de VIH, al cuidado de programas específicos, se considera, y con razón, que el tratamiento no se puede hacer si la persona no se alimenta lo suficiente.
Estar enfermo de VIH en la cárcel le salva la vida si existe un programa específico. Al contrario, si está sano, corre el riesgo de contraer beriberi si no cuenta con apoyo externo para obtener comida.
La desinfección de los locales es más un gesto simbólico que eficaz. Basta con que un enfermo vuelva a pasar para que el virus se instale. El confinamiento de los establecimientos penitenciarios es un engaño y tiene efectos completamente nefastos. Es una ilusión, pues las prisiones son espacios de circulación. Por ejemplo, los guardias no están encerrados con los reclusos, ellos entran y salen todos los días y son un importante vector de circulación viral.
Es nefasto, porque las visitas y la entrega de comida se suspenden y el contacto con los reclusos es más complicado. Cuando se añaden puertas a una cárcel, se añaden también posibles formas de “extorsión”.
Se instalaron kits de higiene frente a las celdas, que consisten en una estación para lavarse las manos. Es mejor que nada, pero lo ideal sería que cada recluso pudiera obtener un kit de higiene personal, alcohol en gel y mascarillas. En la prisión de Conakry, se entregaron 2000 mascarillas de tela para 1400 reclusos y 700 guardias. No es suficiente. Los reclusos deberían cambiarlas regularmente y lavarlas con jabón y agua caliente, lo que no es posible. Ahora bien, la mascarilla sucia puede convertirse en un vector del virus.
La salud en prisión en el continente africano sigue siendo un pariente pobre del sistema carcelario. Esta observación es válida a nivel mundial, incluso en los países más avanzados. La epidemia del SARS-COV-2 ofrece la oportunidad de recordarlo con nuevos costos y de manera particularmente evidente. La sobrepoblación, la falta de medidas de prevención y la importancia de las comorbilidades en reclusión constituyen un terreno propicio para el desarrollo de la epidemia. Una vez declarada, su expansión se ve favorecida por reacciones a medias cuya lógica puramente de seguridad (prohibición de visitas, interrupción de las actividades colectivas dentro de los establecimientos) se hace sin considerar los derechos de los reclusos, su salud en todo sentido o simplemente sus necesidades elementales.
Junto con Marie Morelle, hemos creado un programa Guinea – Burkina – Camerún al que hemos llamado “Circulación viral y bacteriana en reclusión”. Dicho programa, cuyo objetivo es analizar la gestión de la tuberculosis, el VIH y la hepatitis en estos tres países, se encuentra en proceso de instrucción ante el Fondo Mundial. Lo que pretendemos es examinar la lógica de circulación del virus en prisión, en función del origen social de los reclusos y de sus condiciones de vida. Este proyecto llega en el momento perfecto y quizás permita cambiar la visión de las autoridades sobre la salud en prisión.