Argentina: ni loco ni muerto

Sergio Ferrari. Mis compañeros y yo vivimos bajo un sistema de represión brutal. Los militares habían decidido hacer de Coronda un laboratorio destinado a la destrucción psicológica y física de los opositores políticos. En nuestro pabellón, el número cinco, el régimen de reclusión consistía en un aislamiento absoluto durante 23 horas por día. Estábamos solos en la celda, a veces de a dos. No teníamos ningún derecho:no podíamos leer, ni cantar, ni hacer ejercicio físico, ni trabajar. No podíamos hablar por la ventana. Todo estaba prohibido. Teníamos derecho a una hora de “paseo” en un patiecito, durante la cual teníamos que caminar solos, sin poder hablar con nadie. Durante esa hora éramos relativamente libres, por lo que era objeto de chantaje: toda sanción hacía perder esa hora de “recreo”. Nos podían sancionar por haber silbado en nuestra celda, por ejemplo. A partir del segundo año podíamos recibir visitas, lo que también era objeto de chantaje por parte de las autoridades.

Esas condiciones de detención buscaban nuestra rápida destrucción en tanto opositores políticos.

Uno de los comandantes de la Gendarmería Nacional que dirigía la prisión nos dijo, a mis compañeros y a mí, que de allí saldríamos únicamente “locos o muertos”. Es decir, sin la capacidad de reconstruirnos como actores políticos u opositores. Con la destrucción del ser humano,el aparato de poder se aseguraba que esa persona, si algún día salía de aquella prisión de alta seguridad, sería incapaz de involucrarse nuevamente en una lucha política o sindical.

SF. Hay algunas “democracias” que tienen las características de regímenes dictatoriales. Pero, en el caso de la Argentina durante la dictadura, lo que más nos pesaba eran dos aspectos. En primer lugar, el régimen cotidiano de encarcelamiento: cuanto más rígido es, más expone a la persona a su propia fragilidad personal y psicológica. En segundo lugar, los derechos de los presos políticos. Durante la dictadura, el 80 % de los presos políticos estuvimos encarcelados sin haber tenido un proceso. Fuimos encarcelados en función de nuestro grado de militancia o de compromiso social. Eso generaba una situación horrible:sin proceso ni sentencia, no hay derecho de defensa ni condena clara. Estábamos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. No sabíamos si el encarcelamiento duraría un mes, seis meses, un año o veinticinco años. Nuestro encarcelamiento se produjo en un momento en el que el fin de la dictadura era incierto. Toda la situación era confusa, la situación política era inestable. No teníamos un horizonte claro.

Los lectores podrían preguntarse: ¿cómo puede uno soportar, en esas condiciones, un año, dos, tres, cuatro años? Es una cuestión fundamental, porque es lo que nos llevó a unirnos en el proyecto de este libro.

En esas condiciones, mis compañeros y yo pudimos desarrollar, con mucha creatividad, una resistencia colectiva contra el régimen. Esa resistencia diaria nos permitió contrarrestar su impacto. Confrontados a nuestro total aislamiento, construimos ilegalmente un aparatito al que llamamos “el periscopio”. Era un vidrio pequeño pegado con miga de pan quemada y sujeto a la paja de una escoba: una especie de espejo chiquito. Lo deslizábamos debajo de la puerta para controlar los pasillos y lasidas y venidas de los guardias. Cuando no estaban, liberábamos nuestra resistencia: hablábamos por la ventana, vaciábamos los inodoros para comunicarnos por las cañerías… Comenzábamos nuestra propia vida. Nos dábamos clases de historia, nos contábamos películas, compartíamos toda clase de cosas… Esa es la parte extraordinaria de esta experiencia. Éramos jóvenes comprometidos de entre 20 y 25 años. Nuestra visión política nos unió y nos permitió resistir. Fue la base de nuestra supervivencia.

SF. El año pasado tuve la ocasiónde visitar la prisión de Coronda con un grupo de siete compañeros. Todavía está en funcionamiento, aunque, desde 1979, está destinada a presos sociales a los que se les llama detenidos comunes.

En esa visita pude ver que mi pabellón todavía está en pie y que sigue en uso. Pudimos hablar con los reclusos que viven en un régimen de “puertas abiertas”. Por eso tuve la sensación de que se trataba de algo muy diferente. Hay una gran diferencia entre vivir 23 o 24 horas al día en aislamiento total o poder compartir tu vida con otros seres humanos; entre no tener derecho a la lectura, a la formación y estar aislado del mundo exterior y entre tener derecho a recibir cartas, encomiendas, llamadas telefónicas…

Para mí, la prisión en sí misma siempre es un instrumento de represión, sea donde sea. En ese sentido, todas las prisiones del mundo son políticas. Detrás de cada encarcelamiento de un recluso común, están las reglas de un sistema político.

Existen elementos constantes relacionados con el papel simbólico de la prisión, pero se pueden observar grandes diferencias entre el sistema de reclusión de un régimen dictatorial represivo basado en el aislamiento total y las realidades vividas en las prisiones donde, a pesar de las condiciones de hacinamiento que presentan,se permite algo de vida. Me da la impresión que resulta un poco menos duro cumplir una pena en esas condiciones que en las que nos tocaron vivir a nosotros.