Para lograr reinsertarse es necesario llevar a cabo un trabajo psicológico, ya sea consciente (en el marco de una terapia) o inconsciente (a través de una actividad deportiva, creativa, etc.). Sea del tipo que sea, es esencial en el proceso de adaptación de los reclusos a su futura libertad.
Es necesario deconstruir muchos tipos de pensamiento que han sido predominantes durante la reclusión penitenciaria; se trata de esquemas que se adoptan para poder sobrevivir a las condiciones de vida en prisión. “En la cárcel tienes que demostrar a los demás que no vas a dejar que te pisoteen”, afirma Ali, quien, tras haber pasado diecisiete años entre barrotes, actualmente orienta a los jóvenes de la asociación de ayuda a la reinserción [Dispositif Relais] http://dispositifrelais.be/. El entorno penitenciario impone sus propias normas, su modo de funcionamiento y un comportamiento adecuado. Los reclusos viven atemorizados, a la defensiva y bajo el yugo de los horarios militares del centro penitenciario. Cuanto más tiempo se pasa en reclusión, más difícil resulta emanciparse.
Antes de entrar en prisión, muchos de ellos crecieron en entornos desfavorecidos donde delinquir podía ser considerado como la única escapatoria. En esos casos, la noción de reinserción debe relativizarse.
Antes de su detención, estos jóvenes no se sentían necesariamente en sintonía con las normas sociales. Es el caso, por ejemplo, de Marc S., quien pasó su infancia en centros para jóvenes delincuentes. Su última fuga conllevó su primer delito y, a continuación, la cárcel.
Muchos detenidos han vivido toda la vida con esta visión del mundo. Y la siguen teniendo al ingresar en prisión, lo que les acarrea un sentimiento de culpabilidad y les convence de no ser capaces de ejercer ninguna actividad que no sea criminal. Por ello, es fundamental que en los centros penitenciarios haya actores como los trabajadores sociales o las asociaciones.
William Sbrugnera es psicólogo y se especializa en la asistencia a las personas que han tenido problemas con la Justicia. Interviene en prisión escuchando a los presos, lo que, en la práctica, supone el principio de un tratamiento psicológico. “Lo que esperamos de un preso es que sea autónomo. Es lo ideal. Una reinserción sin autonomía no funciona nunca”, afirma.
Entre 1995 y 2015, reincidió el 57 % de las personas que habían sido condenadas por primera vez. Según el psicólogo, estas cifras no son demasiado sorprendentes: “Cuando se concede la libertad condicional a los delincuentes, estos se sienten obligados a cumplir con los deseos de la Justicia. Se les pide que tengan una casa, un trabajo…, pero a la Justicia no le importa lo que les gusta hacer.” Tras esta observación, el psicólogo modera su acusación: “Este imperativo de vivienda y trabajo es una manera de evitar que un exrecluso caiga en la pobreza.”
William Sbrugnera avanza tres elementos para una reinserción eficaz: la cualificación, el vínculo y la autonomía. En el caso de Marcus, la necesidad de cualificación se cubre, en parte, con su trabajo. Sin embargo, no se desenvuelve por sí mismo. Desde que salió de prisión en 2003, la soledad forma parte de su día a día. Marcus nunca ha logrado crear vínculos aparte de los que mantenía con sus compañeros de prisión.