El bienestar de las niñas era para nosotros la prioridad. Nuestro hijo cometió algunos errores y era normal que tuviera que pagar por ellos. Pero nunca le impedimos que viera o hablara con sus hijas, todo lo contrario. Siempre trató de hacer las cosas bien con ellas, incluso antes de su encarcelamiento. Cuando se peleaba con su novia, y que las niñas estaban ahí, nos llamaba para que fuéramos a buscarlas y no tuvieran que presenciar las discusiones. Siempre las protegió y trató de mantener una relación sana con ellas. Además de las visitas, se veían por videollamadas una o dos veces al mes y él las llamaba entre tres y cuatro veces a la semana como mínimo.
A veces, le enviábamos a la prisión las fotocopias de los juegos, y las niñas podían jugar con él por teléfono. Él movía sus fichas y nosotros las nuestras. En ocasiones, jugábamos a batalla naval.
Émile también hacía las tareas con sus hijas. Nosotros le decíamos las palabras que debían aprenderse o las lecciones de ortografía y él les hacía preguntas. Ellas mantuvieron una buena relación con su padre.
Hoy en día, mi hijo se encuentra en libertad condicional en un centro de reinserción que está a dos horas de casa. Las cosas van bien y Émile está haciendo lo que debe hacer. Nosotros hemos obtenido las autorizaciones necesarias para ir a visitarlo con las niñas y él puede venir a pasar el fin de semana aquí. Quedamos en que vendría una vez al mes, ya que, de hacerlo con más frecuencia, perturbaría el equilibrio familiar. Él debe de ser consciente de que sus hijas han crecido y que tienen su propia vida. Hemos tenido que explicarle, por ejemplo, que cuando van por la calle, no quieren que su padre les agarre la mano. Ellas son casi adolescentes ahora. Para nosotros lo más importante es proteger a las niñas, pero, por supuesto, también queremos que nuestro hijo salga adelante. Y sin sus hijas no es posible, ellas son su razón de ser.