“No me siento en seguridad en prisión, pues me encuentro en un espacio cerrado. Me preocupan mis familiares porque estoy lejos y no puedo hacer absolutamente nada por ellos.”
Con estas palabras, el hombre encarcelado cerca de Mikolayiv expresó las profundas angustias que le han invadido después de que estallara la guerra. Él es uno de los miles de reclusos ucranianos que cumple su pena ─algunos muy cerca del frente─ en medio del conflicto.
Mi deseo de visitar y fotografiar las prisiones ucranianas nació al ver la gran cantidad de imágenes de refugiados que abandonaron el país durante las primeras semanas de la invasión en 2022. Varias preguntas me asaltaron en ese momento: ¿Qué sucede con las personas privadas de libertad cuando el país se sume en la guerra? ¿Se sienten en seguridad en prisión? ¿Pueden mantener el contacto con su familia y con el mundo exterior? Y de manera más amplia, ¿qué les inspira esta guerra que azota su país?
Visité cuatro prisiones en Mikolayiv, Kryvyï Rih, Iziaslav y Járkov. Aunque desconocía las restricciones de los establecimientos, tenía claro que me prohibirían usar el teléfono móvil, y que traducir en directo sería imposible. Así pues, aproveché el viaje para traducir mis preguntas del inglés al ucraniano y anotarlas en un cuaderno que podría mostrar a los reclusos y a los guardias de cada prisión. La solución no era ideal, pero era lo mejor que podía hacer, teniendo en cuenta la falta de tiempo y de recursos, pues el proyecto no contaba con financiación.
Sin gran sorpresa comprobé que, fuera cual fuera el lugar o la distancia con el frente de batalla, la guerra causaba estragos en todas las prisiones y las vidas de las personas privadas de libertad. Algunos reclusos me contaron por lo que pasaron las primeras semanas de la invasión cuando los militares rusos se tomaron el poder de la prisión en la que se hallaban. Otros, que no vivieron de manera directa los enfrentamientos, manifestaron su preocupación por la situación de sus familiares.
En las prisiones cerca de Járkov, Mikolayiv y Kryvyï Rih, el estruendo de las sirenas de alarma que se encienden en cada ataque aéreo revive en los reclusos y los guardias la tensión, la incertidumbre y la amenaza constante que planea sobre ellos. En Iziaslav, situada al oeste del país, estas emociones son menos palpables. Aun así, estén donde estén, todos los reclusos sienten la misma frustración de no poder combatir.
Lo que más me sorprendió fue la respuesta del personal penitenciario. Los funcionarios de prisiones son los empleados públicos peores pagados en comparación con la Policía, el Ejército y los bomberos. Sin embargo, todos en Mikolayiv, Kryvyï Rih, Iziaslav y Járkov afirmaron sentir la necesidad de cumplir con su trabajo, a pesar de las constantes amenazas de bomba y el riesgo de que se amplíen los frentes. Si bien es cierto que algunos funcionarios optaron por abandonar sus puestos de trabajo para combatir, la mayoría prefirió quedarse.