Johny H. tiene 60 años, 30 de los cuales los ha pasado en el corredor de la muerte en la Unión Correctional Institution de Florida.
La correspondencia entre este recluso y nuestro pequeño grupo de la ACAT, en Issoire, comenzó en 2013, cuando la asociación nos dio su nombre y su dirección. En ese entonces, éramos ocho personas de edad, con la voluntad de “hacer el bien” e inspiradas por el deseo de “liberar a los hombres encadenados injustamente (…) romper el yugo (…) liberarlos de la opresión…”. (Isaías 58:6).
Estábamos convencidas, y lo seguimos estando, de que, si bien hay que sancionar las acciones de una persona que ha podido actuar mal, esa persona sigue siendo un ser humano, capaz de cambiar y progresar. Fue así como comenzamos a escribirnos con “nuestro” condenado a muerte.
Por un momento pensamos que llevaríamos el Evangelio y alentaríamos a un desconocido poco recomendable, puesto que lo habían condenado a muerte. Sin embargo, a través de sus cartas, descubrimos a un ser humano conmovedor, inteligente y valiente. Johny se expresa bien, a menudo con poemas; sus observaciones nos hacen reflexionar e incluso abandonar nuestros prejuicios. Al fin de cuentas, fuimos nosotros los que cambiamos.
Johny aceptó ser franco; nos habla de su soledad y su tristeza, pero también nos expresa su amor. Ha compartido con nosotros su inmensa fe en un Dios que le ha tendido la mano, así como sus esfuerzos por seguir siendo un “ser humano” en un lugar en el que la gente grita, maldice, llora y pierde la cabeza, por temor o por rabia.
En una ocasión, nos habló de un guardia que se pensionaba y que, para despedirse, le dio la mano a través del pasaplatos de su puerta. Fue el primer contacto físico no violento que tuvo en muchos años; un contacto que la legislación prohíbe pero que fue una muestra de respeto y consideración. Este gesto lo conmovió mucho, y a nosotros su relato. Johny ha cambiado, al igual que aquel guardia.
En mayo de 2017, el Tribunal Supremo de Florida anuló su condena a muerte y en julio del mismo año, Johny nos escribió: “Sea cual sea la decisión del tribunal, nunca saldré de prisión, pero al menos saldré del corredor de la muerte. Me trasladarán a una prisión en la que podré estudiar derecho en línea, obtener un diploma, tener un empleo, trabajar en la biblioteca y seguir ayudando a los demás”.
Y eso fue exactamente lo que hizo. Con frecuencia, revela en sus cartas su alegría y su gratitud: “Me siento tan feliz de que Dios me haya bendecido de esta manera, y quién sabe qué más tenga reservado para mí. Trato de que sepa que, sin todas sus oraciones, nada de esto habría sido posible, mis increíbles hermanos y hermanas de la ACAT. Porque ustedes trajeron amor, paz y alegría a mi corazón y me han ayudado a recobrar la fe y la confianza en Dios. Ahora, ya sea en prisión o fuera de ella, haré el bien para servir Dios y mi espíritu se llenará de paz, como cada vez que ayudo a otras personas. Gracias, los amo”.
Cuando le preguntamos en qué ocupa su tiempo, nos responde: “No lo ocupo, lo invierto. Invierto mi tiempo y mi energía en comunicar con mis amistades y mi familia de la ACAT, en escribir poemas y artículos, en hacer cosas creativas que me permitan mantener mi mente activa y positiva”.
Johny cuida su salud y su cuerpo; hace ejercicio todos los días y ayuna cuando la comida le parece poco saludable o dietética.
Cursó estudios de derecho en línea y obtuvo brillantes resultados en su examen de primer año. Por desgracia, la falta de dinero le impidió continuar. Pero como tenía un buen nivel, pudo hacerse cargo de los expedientes de algunos de sus compañeros y logró que liberaran a dos o tres de ellos. Además, tras muchos años de discusión con el tribunal, consiguió defender su caso.
Me siento, o mejor, nos sentimos muy orgullosos de él y de haberle ayudado a sacar su lado bueno. A todos nos conmueve su forma de manifestar su afecto, y el extraordinario resultado de un acto tan simple como escribir una carta. Nos da vergüenza hacer tan poco y no conseguir que los Gobiernos entiendan que su política de represión y de aislamiento es ineficaz.
No se han dado cuenta de que las condiciones de vida en las prisiones modernas, en las que todo se controla a distancia, no son mejores, ni para el ánimo ni para la reinserción, que las peores prisiones de la edad media. Un amigo siempre te puede salvar, un control remoto no.
Françoise y Marguerite