RR. Aprendemos de nuestro entorno. Cuando estaba trabajando en “Architure of Authority” me di cuenta de que la autoridad está arriba y mira hacia abajo. La autoridad para estos jóvenes la representaban personas mayores blancas que les hablaban con desprecio. Si rompes ese círculo, te conviertes en algo muy diferente para ellos. Primero, pides permiso, Segundo, te quitas los zapatos porque ellos no los llevan puestos cuando entran en estas celdas. Tercero, te sientas en el suelo para que su línea de visión esté por encima de ti, lo que los pone en una posición de autoridad. De repente, ellos tienen el control; le das la vuelta a todo los que les han enseñado, y eso los confunde. Me duele un poco la espalda, pero los chicos se sientan en el suelo de hormigón, y aunque no es muy cómodo, allí estoy, mirándolos desde abajo, y diciéndoles que pueden dar por terminada la conversación cuando quieran. Se han acostumbrado a que los jóvenes de color de sus comunidades y personas blancas, que son, en su mayoría, sus guardianes institucionales, los maltraten. Y entonces, llego yo. Soy un marciano, soy alguien que está tan fuera de su ámbito y que no representa ninguna amenaza para ellos. ¿Quién pide permiso para entrar en la celda de un joven? El guardián que los custodia básicamente es el dueño de la celda. Mientras todos les dicen “apártate de la puerta”, yo les digo “¿Te molesta que entre?”. Me presento, me siento, y simplemente los escucho. Son adolescentes, quieren hablar y nadie los escucha. Estoy dándole un giro de 180° al guion. Se sienten incómodos porque no están acostumbrados, y hay mucho silencio, pero estoy allí, con un sincero interés en quienes son, y les explico lo que hago.
Los chicos se muestran curiosos, a menudo quieren saber cómo es el mundo alrededor, otras instituciones, otros estados, otros jóvenes. No hay nada mejor que escucharlos hablar durante una hora, sincerándose ante mí y explicándome quiénes son. Construir esa confianza es, simplemente, fenomenal.
Suelo difuminar los rostros de las fotografías, pues cuando miras la cara y dices “Bueno, no es mi amigo, no es mi hijo, no es mi hermano”, te disocias de la responsabilidad. Mientras que, si no estás seguro, lo hace más general. Me miras y dices “Bueno, no es mi padre”, pero si me giro un poco, me convierto en una figura más genérica y más representativa de una edad o una generación.
Hice una pieza con fotografías que tomé en un centro de detención en el Medio oeste. Había entablado amistad con el director del centro y le dije: “¿Sabes?, me gustaría saber qué se siente”.
Y él me dijo: “Entra a la trena”. Me ficharon, con fotos y todo y estuve encarcelado durante 24 horas, como cualquier otro de los chicos.
Al principio, privatizaron un módulo del centro, pero preferí pagar 256 dólares por mi celda. No quería que nadie acusara al director de darme una celda gratis a cuenta del dinero del estado. Estaba en una celda, asustado, monté una cámara con un intervalómetro que me tomó fotos durante 24 horas. La pieza se publicó en Wired.com y tuvo mucho éxito. Entonces, recibí una nota del director del centro en la que me decía que mi pieza había cambiado su manera de percibir las experiencias de los jóvenes. Mi intención es retirarme en Navidad y antes de hacerlo, voy a asegurarme de que no se les vuelva a internar en régimen de aislamiento. Logré que se hicieran cambios en esa institución en concreto; luego pasó de esa institución a esa ciudad, de esa ciudad a ese estado y más allá. Así es que mi pieza tuvo efectos tangibles y aprecio leer ese email.