Aproximadamente al tercer día de encierro, me despiertan los gritos unificados de treinta oficiales penitenciarios (siglas en inglés C.O.) que me dicen: “prepárate para un registro minucioso”. Para “desnudarme” quedando solo con los calzoncillos y las chanclas. Mi corazón se acelera y mi ira aumenta ligeramente. Estoy preparándome mentalmente para que me saquen medio desnudo de mi celda, esposado a la espalda, y caminar de espaldas hacia una cabina de ducha.
En la ducha, me registran desnudo. Mientras, el oficial me dice que abra la boca, revisa detrás de mis orejas, me dice que levante mis genitales, me dice que me gire y me incline para poder mirar por mi recto, y luego me dice que me ponga en cuclillas y tosa.
Estoy decidido a no dejar que me humille durante este proceso. De hecho, he preparado mi cuerpo mediante riguroso ejercicio para que ello lo humille. Le hago saber con mis ojos que no estoy intimidado, por lo que él sonríe y se dirige al siguiente puesto. Aunque estoy esperando en la cabina de ducha, no puedo tomar una ducha. No tengo jabón, ni toalla, ni esponja; solo un par de chanclas y unos calzoncillos que llevo puestos desde hace tres días.
Cuarenta y cinco minutos después, me llevan de regreso a mi celda que han registrado minuciosamente; la han destrozado. A mi compañero de celda y a mí nos lleva casi una hora limpiarla, y averiguar qué nos falta. Mi compañero de celda está maldiciendo y parece frustrado. Tengo que dominar rápidamente la situación antes de que explote. El oficial se ha llevado fotos de su hija, a la que no ha visto en cuatro años y a quien ha tenido que ver crecer a través de fotos. Me doy cuenta de que también faltan objetos personales míos; una foto de unos amigos, que ya no lo son. Acabo quedándome dormido porque estaba emocional y mentalmente exhausto.
A la mañana siguiente, recibo una inesperada sorpresa. Nos permiten ir a darnos una ducha. Esta vez tengo jabón, una toalla y una esponja. Sonrío por primera vez en cuatro días. Las cosas siempre son menos tensas durante los cierres cuando los presos se bañan. Mi compañero de celda parece aliviado, yo me siento aliviado, y la conversación entre ambos es menos tensa.
A pesar de que aún nos sirven sándwiches de mortadela medio congelados, tengo esperanza. La esperanza de que este cierre terminará pronto y no hará perder tanto como temo.
Cojo un libro, lo leo y espero a que el alcaide nos envíe una nota diciendo por qué estamos encerrados, y cuándo saldremos. No molesto a mi compañero de celda, ya que esta es la primera noche en la que podré dormir sin tener que estar con un ojo abierto.
Como se esperaba, al quinto día de cierre de emergencia, el alcaide envía una nota. La deslizaron por debajo de la puerta de mi celda. La veo cuando me levanto para usar el baño. La nota establece lo que el alcaide tolerará y lo que no. Promete más encierros si se perpetra o continúa cierto comportamiento. Le pregunto a mi compañero de celda si quiere leerla. Niega con la cabeza y vuelve a acostarse. Rompo la nota y la tiro al inodoro. La nota es la típica y no cambiará nada. En las prisiones de alta seguridad, algunas cosas son casi tan ciertas como los principios de las leyes universales. Me vuelvo a acostar y continúo mi rutina de despertarme, leer o escribir, y hacer ejercicio en mi celda.
En el séptimo día, se nos sirve una “comida mejorada”. Consiste en zanahorias congeladas y apio junto con nuestros sándwiches de mortadela medio congelados. Mi consumo de calorías es de alrededor de 1200 por día, así que voy a perder peso. Mi compañero de celda y yo creemos que no durará mucho tiempo, solo un par de días más.
Al igual que yo, suena esperanzado y, finalmente, ocurre. Lo extraño es que algo en mí está creciendo; un poco de miedo y satisfacción. Sé que cuanto más tiempo permanezcamos encerrados, más probabilidades habrá de que queramos permanecer así.
Solo trato con una persona, duermo cuando quiero, puedo hacer ejercicio y no tengo que interactuar con el personal de la prisión. Me siento “más seguro” en mi celda con una persona que en mi módulo con cien o en la prisión con mil. Me olvido de ese sentimiento porque si dejo que aumente, me convertiré en un ermitaño. Me “institucionalizaré” aún más de lo que estoy ahora.