Entonces, los escucho; cada quien su turno, con el ruido de fondo característico de la prisión. Tenemos un orador, Alain, el mayor de nosotros; en cada reflexión o cuestionamiento, las miradas se dirigen hacia él, como si todos necesitaran de su aprobación para expresarse. Pero lo importante es que comunicamos, y nuestras opiniones no divergen.
Todos somos conscientes de una cosa: la prisión deshumaniza, margina y, peor aún, infantiliza.
Dylan, Kevin y Morgan comparten mi opinión: los cacheos casi sistemáticos de los que somos objeto nos hacen perder nuestra dignidad. Pasamos cuatro horas diarias siendo padres, hombres, amigos, colegas de trabajo, confidentes… Cuatro horas como “humanos” fuera de este lugar, que se esfuman en cinco minutos de cacheo a nuestro regreso.
De nuevo, nuestras voces se alzan para hablar de las condiciones de alojamiento. Cada uno dice algo, para tratar de no olvidar ni dejar pasar nada: un módulo insalubre, vetusto, con muebles viejos y en mal estado, lleno de humedad; un baño casi inaccesible, lleno de moho; la imposibilidad de acceder al comedor para permitirnos mejorar nuestro cotidiano.
Pero, sobre todo, la falta de respeto de los horarios. Los retrasos son demasiado frecuentes, lo que nos genera dificultades al exterior, e incluso la pérdida de empleo.
Sí, al exterior somos personas con limitaciones y obligaciones, no un número de recluso… ¡Hace tanto bien poder escribirlo!
Hay tantas cosas que escribir, pero, de nuevo, citaré al fundador de Secours Catholique: “La Justicia está representada por una balanza, la caridad, en cambio, no tiene balanza. La caridad no pesa a nadie, pero todos, un día, seremos pesados sobre la caridad”.
Nos han privado de libertad, no esperamos ninguna caridad por parte de la Justicia.
Pero, al menos, podrían permitirnos conservar nuestra dignidad humana. Nada justifica una decisión inhumana o degradante. A este respecto, quiero recordar a Fabrice, un antiguo recluso en régimen semiabierto al que no aceptaron modificar sus horarios para que pudiera regresar a su casa para pasar tiempo con su madre enferma.
Nuestras decepciones, dudas y enojos frente a la injusticia podrían transformarse en odio, pero no es así. Queremos agradecerles señoras y señores responsables de la toma de decisiones por ofrecernos el mejor regalo: el de vivir juntos.