MF. Suelen producirse entre dos y cuatro ejecuciones al año, salvo el caso de dos grandes oleadas. La pena capital se dicta principalmente en casos de asesinato doble o múltiple, pero rara vez en asesinatos simples. También es un tema que se utiliza para alimentar el populismo penal. Por ejemplo, en 1999, un joven con problemas mentales asesinó a un ama de casa y a su bebé. En aquel momento, el agresor era menor de edad y la fiscalía pidió la pena de muerte por doble asesinato. Este caso tuvo gran repercusión en los medios de comunicación: un popular abogado presentador de televisión pidió a los espectadores que denunciaran a los abogados de la defensa por prolongar el caso; los Colegios de Abogados recibieron miles de cartas y, al final, el joven fue condenado a muerte. El presentador de televisión se convirtió en ese entonces en una famosa figura política, y lo sigue siendo.
La pena capital también es una herramienta muy eficaz para obtener confesiones; a cualquier persona tangencialmente relacionada con un presunto asesinato se le amenazará con la soga por no admitir los crímenes reales o imaginarios.
Muchas de las personas absueltas de la pena de muerte han afirmado tener pesadillas con la horca durante su reclusión.
En 2009, Japón adoptó un sistema de jurado mixto compuesto por tres jueces y seis legos para determinar las sentencias. Los fiscales, que comenzaron entonces a abordar la pena capital con mayor cautela, recibieron una sacudida en 2010, cuando se declaró inocente a una persona para la que habían pedido la pena de muerte; esto ha sucedido tres o cuatro veces en la historia de la posguerra en Japón. Los tribunales superiores, por su parte, también han anulado algunas penas de muerte. ¿Será esta una señal para darnos cuenta de que una cuestión de vida o muerte no debería estar en manos del público?