SG. Creo que tenemos una visión muy estricta de lo que es la educación en nuestro sistema penitenciario y en la sociedad en general. Cuando hablamos de educación, pensamos en una escuela. Pero esto es un problema porque no solo se imparte educación a través de las escuelas. Tenemos que poner la educación en un marco más amplio e informal y no limitarla a una única forma. Notemos que en el sistema APAC, por ejemplo, no hay un lugar específico para la educación. Todo el espacio se considera un espacio educativo. En la prisión de Grendon, la primera comunidad terapéutica en el Reino Unido, las terapias en las que los reclusos expresan sus emociones y tratan de comprender su comportamiento tienen lugar casi todo el día. Uno de ellos me dijo que era la primera vez que entendía cómo funcionaban sus emociones y por qué había cometido los delitos que cometió. Por lo general, este tipo de cosas no forma parte de un programa educativo formal.
Cuando ubicamos la educación en un contexto más amplio, todo el personal juega un papel en ella, que lo sepan o no. En las prisiones tradicionales, se considera que el personal no tiene nada que ver con la educación, sino más bien con la seguridad. Se suele seleccionar y entrenar a las personas para que se encarguen de la seguridad y los castigos y controlen a los reclusos que causan problemas. En otras palabras, promovemos la pedagogía de la violencia y la desconfianza.
Creo que se debería seleccionar al personal en función de su interés en las labores educativas y formarlo en consecuencia para que pueda jugar un papel de educador social. En las correccionales de menores de Río de Janeiro, que se han puesto bajo la supervisión del Ministerio de Educación, algunos miembros del personal tienen doctorados en educación o filosofía. En mi opinión, esta es una iniciativa con mucho potencial.
No estoy diciendo que la seguridad no sea importante, solo que esta podría mantenerse fuera de la prisión. En Uruguay, por ejemplo, en algunos centros, los guardias armados permanecen al exterior de las instalaciones y no tienen contacto directo con los reclusos. En el interior se encuentra más bien personal educativo, como psicólogos, sociólogos y otras personas con diferentes competencias. Creo que esto es algo esencial que conecta a las prisiones con instituciones que, por lo general, eran más accesibles en la comunidad.