EM. El uso abusivo de la prisión preventiva es uno de los males más extendidos de nuestras sociedades contemporáneas. Como lo revela el informe, países muy diferentes, como Francia, Mauritania y Costa de Marfil, hacen frente a este flagelo, y desde hace mucho tiempo. En 2011, por ejemplo, el Subcomité para la Prevención de la Tortura (SPT) admitió estar “perplejo frente a la aparente complacencia que existe en lo que respecta al uso de la prisión preventiva durante períodos prolongados, así como a la consecuente sobrepoblación crónica y a todos los problemas que esta engendra”.
La situación social de las personas en prisión preventiva suele ser precaria, y su marginalidad o pobreza elimina casi totalmente la posibilidad de ser liberadas antes del juicio; algo que ocurre también con los extranjeros, de los que se considera que tienen un alto riesgo de fuga. Todos estos factores exponen a estas poblaciones a la prisión preventiva mucho más que a otras poblaciones más integradas socialmente y con una situación laboral y económica estable.
La prisión preventiva abusiva hace más vulnerables a los hombres y mujeres detenidos.
Tales factores, duraderos, contribuyen en gran medida al hacinamiento de las prisiones; un hacinamiento que atenta contra la dignidad de las personas, pues la falta de espacio y de infraestructuras impiden garantizar el respeto de los derechos. Las tensiones que provocan estas situaciones fomentan además la violencia entre los reclusos, así como entre los reclusos y los guardias. A menudo se piensa que la tortura afecta principalmente a los prisioneros políticos o a las personas acusadas de actos terroristas, pero este no es el caso: los reclusos ordinarios, a menudo acusados de delitos sancionados con penas cortas, son, con mucha frecuencia, objeto de malos tratos durante la reclusión. Las instalaciones en las que están recluidos son las más superpobladas y estas condiciones de vida, especialmente difíciles, pueden constituir, en algunos casos, tortura o trato inhumano y degradante. Sin embargo, los abusos son difíciles de detectar debido al contacto limitado entre la prisión y el mundo exterior.
Los Estados tienen las denominadas obligaciones “positivas”, es decir que, más allá de la prohibición absoluta del uso de la tortura y los malos tratos, deben hacer todo lo posible para garantizar que nadie sea objeto de este tipo de abusos por parte de las autoridades o, como en este caso, por falta de medidas que impidan estas violaciones. El hacinamiento y sus efectos devastadores continúan, lo que tiende a demostrar que pocos Estados actúan en conformidad con sus compromisos internacionales en esta área. En su prefacio del informe, Régis Brillat, Secretario Ejecutivo del Comité Europeo para la Prevención de la Tortura (CPT), afirmó: “En ocasiones, a las entidades encargadas de la prevención les cuesta obtener el acuerdo de los actores que trabajan sobre el terreno, e incluso de los políticos, en lo que se refiere a las medidas necesarias para prevenir cualquier forma de tratamiento inhumano o degradante”. Esto significa que la lucha para lograrlo no ha terminado.