Aguzo mis sentidos, cumplo mi condena, veo gente muerta, arrastrándose, paseando, deambulando.
Los muertos: ¿Por qué estás aquí?
-Estoy condenado a pasar mi vida aquí.
-Ah
-¿Por qué están ustedes aquí?
-Fuimos condenados a muerte aquí.
-Ah.
Pero, ¿por qué estoy aquí?
Abatido, mas no vulnerable, cegado, mas no invidente, inconsciente, mas no insensible. Una niebla salina acaricia el cielo, y el sol con un beso se une a ella. Con calma, lentamente. Aún siento a los muertos.
¡Cruac! ¡Cruac! Escucho las aves que, irascibles, revolotean. ¡Sniff! ¡Sniff! Siento la presencia de la encapuchada muerte mientras aguarda, con aparente discreción, sosteniendo su guadaña. ¿Es una ilusión?, ¿es la realidad?, o ¿es la realidad de una ilusión?
La sensatez lo sabe, yo no podría decirlo, pero aún percibo el olor de los muertos. Busca y encontrarás a la encapuchada; siente y conocerás un lenguaje que no puedes comprender. Pero, sin importar lo que pase, sigo escuchando a los muertos. Ellos me responden, aunque no me quieren hablar, salvo para decirme que los vivos dejan las migajas para que los pájaros puedan darse un banquete. Tengo miedo, miedo de ser uno de esos muertos.