¿Qué más añadir sobre el sentido de la vista tras lo dicho en mi primer correo? Nada ha cambiado aquí: el mismo hormigón, las mismas rejas, la misma celda, las mismas caras, a menudo crispadas, tensas, tristes o enojadas. Hace poco, pensé en nuestro primer intercambio epistolar al comprobar que las cimas de los dos árboles tras el muro exterior habían crecido, pero sería inca-paz de decirte cuánto, ¡están tan lejos!
Para resistir en este lugar inhospitalario, me atengo a un programa rutinario, pero realmente eficaz: trabajo, deporte, estudio, teatro. ¡Y funciona! He conseguido mi Diploma de Acceso a los Estudios Universitarios, no tiro la toalla porque, de lo contrario, sería el fin. Así, he comenzado mi primer año de Psicología, y espero llegar lo más lejos posible en este campo mientras esté detenido. Es mi hilo de Ariadna para preservar mi salud mental en este microcosmos hostil; hay tantos que, sin rumbo, pierden completamente el norte…
A veces, entre las fisuras del alquitrán del patio crecen unas florecitas silvestres, y algunos reclusos las riegan. Nadie osaría pisotearlas; eso da una idea de hasta qué punto aquello que puede parecer banal en el exterior adquiere una nueva dimensión aquí. Desde hace siete años estoy en esta burbuja hermética donde nada ha cambiado excepto yo, que espero una salida anticipada, ¡muy lejana aún!
La prisión es una pequeña muerte. Refugiados en nosotros mismos, nos protegemos cada uno a nuestra manera. Aquí, las alambradas, las rejas, los barrotes y los muros grises son nuestro universo. Yo desaconsejaría a cualquiera venir a cumplir una sentencia, sea cual sea, ya que no hay absolutamente nada interesante qué ver en prisión.