Los cuerpos tirados en el suelo podrían evocar la muerte. Pero yo no lo veo de esa manera. Estos cuerpos son más bien como un verso o un panfleto de un cuento o de una novela, como un impulso, un paso de baile en el que, en uno de los movimientos de los bailarines de ballet, los cuerpos deben permanecer en posición horizontal.
La mano de la mujer extendida para tocar una parte de la cabeza del hombre; la mano del hombre, a solo unos cuantos centímetros del suelo, dirigida hacia ella me provocan fuertes sensaciones. Entonces, ¿por qué no podría pensar que estos cuerpos están vivos? Cuando un perro duerme profundamente, y que no sentimos su respiración, el primer reflejo es tocarlo para saber si está vivo.
Desde la prisión, podría decir que el tacto es el vínculo esencial con los objetos que utilizamos, las texturas, la ropa o, simplemente, los libros que nos gusta leer y que nos producen intensas emociones. El tacto es fundamental no solo para la supervivencia del hombre y de los animales, en cualquier lugar, sino también en el encarcelamiento, donde lo necesitamos para sentir que existimos. Lamentablemente, no podemos tocar los animales. Pero la mano de nuestros hijos y de nuestros familiares, los abrazos durante las visitas, nos permiten vivir la vida exterior, aunque el tiempo sea contado.
Este reloj implacable que deja escapar las horas, funciona al mismo ritmo del exterior, solo que aquí adentro, atrapadas por el tiempo, desearíamos tocarlo para hacerlo avanzar más rápido. El tacto es simplemente el que nos permite sentir la vida.